Escrito por Juan Manuel Robles (*)
El 1 de setiembre de 2021, Moody’s Inverstor Service bajó la clasificación de riesgo de los valores mobiliarios emitidos por el Perú, tanto en moneda local como en dólares, de A3 a Baa1.
Ese hecho tiene las siguientes particularidades:
- Es la primera vez en 20 años que ha sido degradada la clasificación de riesgo del país.
- Incluso en el escenario en el que el país tuvo tres presidentes en menos de un mes (Vizcarra, Merino y Sagasti); no se rebajó la clasificación de riesgo.
Los motivos que sustentan esta decisión de Moody’s son los siguientes:
- Entorno político fracturado y polarizado (lo cual incrementa el riesgo político).
- Falta de claridad en las políticas a ser implementadas por el Gobierno.
- Nombramientos controversiales de ministros.
Esta degradación no implica que el Perú haya perdido el denominado “grado de inversión” (tendríamos que ser degradados por debajo de Baa3 por parte de Moody’s y, al menos, por otra clasificadora mas).
Sin perjuicio de ello, este hecho representa una muy mala noticia para el país. Toda reducción en una clasificación de riesgo genera que muchos inversionistas decidan: (i) no invertir en el país; o (ii) invertir en el país a “precios” (tasas de interés) mas altos; con lo cual se encarece aun mas el financiamiento (y, por tanto, los productos en general para la población).
Asimismo, el propio reporte de Moody’s señala que esta clasificación podría ser nuevamente degradada en el caso que se originen modificaciones institucionales que generen mas incertidumbre, como aquellas que se deriven de procesos de cambio constitucional (uno de los pilares de la política del partido de gobierno).
En este sentido, el Gobierno debe recapacitar las decisiones que esta adoptando. Muchas de ellas son la receta perfecta para una nueva degradación en la clasificación y, con ello, un ahondamiento en la crisis económica que ya vivimos.
El escritor John Kennedy Toole, en su extraordinaria novela “La conjura de los necios” escribió “Iba a ser un destino malévolo: ahora se enfrentaba a la perversión de tener que ir a trabajar”.
Pues parece que nuestro Gobierno debiera dedicarse a trabajar. Pero trabajar bien. Abandonando ideas que solo traen retraso y desistiendo en el nombramiento de personas no idóneas.
Después de todo, estamos en medio de una pandemia y de una crisis económica. Y solucionar ello debiera ser lo principal.
Y es que dirigir un Estado no es solo una reivindicación para un grupo de personas o una “oportunidad” para una corriente política. Es una responsabilidad. Una responsabilidad sumamente grande y que requiere de gente realmente preparada. Técnica y políticamente.
Es decir, no es una conjura de los necios.
(*) Sobre el autor: Abogado por la PUCP. MBA por Maastricht School of Management.