El portal jurídico de
IUS ET VERITAS

Intolerancia y pensamiento único: Un combo indigesto

Compartir

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin
Share on whatsapp

El revuelo generado por el post que publicó el escritor peruano Ivan Thays en su Blog Vano Oficio del Diario El País de España, no sólo debería servir como un pretexto para discutir acerca de cuáles son los límites de la libertad de expresión, sino también para discutir acerca de la importancia de la tolerancia y porque, ¡por Dios!, amar al Perú no significa amar todo lo que se produce en estas tierras.

Las declaraciones de Thays fueron solo eso: las declaraciones de Thays, que a nadie le deberían de importar, pues lo que cree Thays (o lo que no cree Thays) no es un asunto de interés público. Condenar a alguien por lo que cree o, peor aún, por lo que no cree, es patético y totalitario. Es patético porque nos pone frente al embarazoso trance de justificar el por qué de nuestra aversión al pensamiento ajeno que, además, no hace parte del discurso público, con lo cual terminamos diciendo cosas tan absurdas como que: no se puede criticar al Perú en el extranjero, los trapos sucios se lavan en casa, un peruano está obligado a hablar bien de su país, etc., etc.; y es totalitario porque significa que si alguien no piensa como la mayoría, ese alguien puede ser linchado, literalmente, por una horda boba que no cae en cuenta de que en una democracia las mayorías no pueden abusar de su poder, incluso de su poder moral, en perjuicio de las minorías.

Hay quienes han tratado de matizar el tema diciendo que en realidad la crítica contra Thays es porque dio sus declaraciones en un país extranjero (sic) y no en el Perú y que no era conveniente ni oportuno que lo haga pues en este momento el Perú vive un boom gastronómico que beneficia a miles de peruanos y peruanas que dependen económicamente de ello. Discrepo. Cuando uno emite una opinión no lo hace movido por criterios de oportunidad o conveniencia, sino por sus propias convicciones, por lo que considera que esta bien o mal y que, por cierto, puede resultar errado, pero que a nadie, salvo al dueño de esa opinión, debe importarle. Puede haber un problema, en todo caso, cuando esa opinión es ofensiva, o difamatoria o falaz. No veo nada de eso en el texto de Thays, el cual, valgan verdades, dice no sólo una gran verdad: que la comida peruana, no toda, pero si una gran parte, es indigesta, sino que la misma ya había sido dicha antes por otras reconocidas personalidades como el periodista Cesar Hildebrandt o la nutricionista Milagros Agurto. Hasta donde sé ellos no han sido víctimas todavía de ningún Fuente Ovejuna.

Una sociedad que basa sus afectos y sus fobias en lo que aparece en los periódicos es una sociedad que tiene un serio y grave problema. El problema de no saber distinguir entre la demagogia barata y la tolerancia. ¿Por qué si no no nos indignamos con la misma energía frente a los abusos de nuestros representantes, o frente a la arbitrariedad, o frente a la corrupción que se presenta a diario y de la cual, guste o no, todos participamos un poco? No, frente a eso hay un silencio absoluto. Tiene que aparecer una noticia en El Popular, o en El Trome para que pum de inmediato vayamos detrás del atrevido, del desubicado que ha osado decir algo en contra de uno de nuestros tesoros más preciados: la comida peruana. Mientras tanto se siguen cometiendo los mismos abusos y las mismas arbitrariedades ante las que no se nos ocurre sino una tolerante y generosa sonrisa de disculpa.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.