En el artículo “La remuneración mínima y el Robin Hood inverso”, publicado hace unos días, el profesor Bullard sostiene que la Remuneración Mínima Vital (RMV) le quita oportunidades en el mercado de trabajo a las personas más pobres (los trabajadores jóvenes y menos capacitados y/o experimentados) para transferírselas a las más afortunadas (los trabajadores educados y, por ello, más capacitados). Sería, pues, todo un Robin Hood pero al revés: le quitaría a los pobres para darle a los ricos.
Desmenuzando un caso sumamente atípico:
Para sustentar su posición, el profesor Bullard nos propone el atípico caso en el que un trabajador capacitado (Juan) y otro que no lo está (Pedro), compiten por el mismo puesto de trabajo. Afirma que, en ese contexto, la RMV tiene un efecto perverso: le da más oportunidades de vencer a Juan, cuando el que más necesita el trabajo es Pedro. ¿Cómo así? Las personas como Pedro, con menos –o nula– educación y/o experiencia, siempre estarían en desventaja frente a los más educados y experimentados (Juan) y, por tanto, para ser “competitivos” en el mercado de trabajo solamente les quedaría ofertar sus servicios a un menor precio… pero la RMV no lo permite y, por ende, terminaría convirtiéndose en una barrera para su acceso al empleo formal.
No obstante, la realidad suele ser diferente a los supuestos de laboratorio que planteamos. Efectivamente, lo más probable es que Juan y Pedro nunca compitan entre sí. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que los contendientes imaginarios valoran el empleo por razones diferentes: mientras que el primero lo hace por cuestiones de “reconocimiento/compensación” (quiere ver los frutos de su auto-preparación), el segundo lo hace por motivos de “sobrevivencia/subsistencia” (necesita un ingreso para poder subsistir). Lo normal será, entonces, que oferten sus servicios en mercados diferentes y, como tal, que nunca se crucen: mientras que Juan estará interesado en un puesto de trabajo altamente cualificado, Pedro preferirá postular a una plaza de baja cualificación. No parece ser, entonces, que la RMV pueda llegar a jugar ese papel de Robin Hood inverso que el profesor Bullard le atribuye. Y es que, si cumple alguna función, claramente será en relación con los puestos de trabajo menos cualificados y, al menos en un primer momento, las personas calificadas no aspiran a ingresar a ese mercado de trabajo.
Admitamos, sin embargo, la posibilidad de que Juan y Pedro compitan entre sí. Si ese caso extraño se presenta, lo más probable es que se dé luego de varios intentos fallidos de Juan por acceder a un empleo que realmente cubra sus expectativas (un puesto de trabajo altamente calificado) y, lógicamente, esto presupone que al menos durante ese período Pedro y muchos otros como él estuvieron corriendo solos, es decir, sin un Juan que los opaque. Tampoco, en este caso, la RMV parece cumplir ese papel nefasto. Y es que, al menos durante el plazo que se toma Juan para reducir sus aspiraciones, solamente trabajadores poco cualificados como Pedro habrán accedido a un puesto de esas características. No se produce, pues, ese trasvase de oportunidades de los pobres hacia los ricos. ¿Y si ya están compitiendo? Si se llega a ese supuesto, por lo demás excepcional, tendremos que admitir que Juan no tiene ninguna ventaja comparativa en relación con Pedro (su preparación previa no le ha servido de mucho), que están en las mismas condiciones y, sobre todo, que lo más probable es que el puesto aún lo gane el último, tal como se explica a continuación.
Un contraejemplo muy real: cuando el pobre vence al rico
Juan tiene 25 años. Tuvo la suerte de estudiar alta cocina en la sede de París de “Le Cordon Bleu”. Mientras estudiaba (ya terminó), trabajó como mesero y lavaplatos en los principales restaurantes de esa ciudad. Como el Perú está en crecimiento, ha vuelto en busca de mejores oportunidades. Por su parte, Pedro tiene 18 años. No acabó la secundaria, proviene de un hogar de muy bajos ingresos y, por paradójico que suene, nunca ha trabajado en su vida. A pesar de su vagancia incorregible, ha decidido buscar un trabajo porque su familia está a punto de caer en la indigencia (además tiene cierta habilidad natural para la cocina).
Por alguna extraña razón, ambos postulan al mismo empleo. ¿Al puesto de Chef en el “Costanera 700”?, ¿siquiera al de ayudante de cocina? No, los dos postulan a la plaza de “pelador de papas” del Burguer King, para el cual se ofrece el sueldo mínimo (S/. 750.00). Por supuesto, Juan al ver a su “competencia” se siente más que seguro… pero, por esas cosas del destino, el trabajo lo obtiene Pedro.
Juan, enfadado, va a pedirle explicaciones al reclutador: “¿Cómo es posible que lo hayas contratado a él si yo tengo más educación y experiencia?”, le pregunta estupefacto… y la respuesta lo deja más estupefacto: “tú estás sobre-calificado para este puesto, no me creo que quieras trabajar acá, a la primera te vas a ir y, desde que tu sobrevivencia no depende de este trabajo, lo más probable es que por tu educación y experiencia seas uno de esos que llamamos “problemáticos”. Nada de eso sucede con Pedro, su inexperiencia es irrelevante, aprenderá a pelar papas en un día y como su supervivencia sí depende de este trabajo, él no nos va a dar problemas. Por eso, el puesto es de él. Si voy a pagar el mismo sueldo, prefiero contratar al que tienen menos educación y experiencia”.
¿Qué pasó?, ¿cómo así, en el último caso, el ganador fue Pedro y no Juan?, ¿no es absurdo afirmar que el empleador pueda llegar a preferir a un “no capacitado” cuando tiene a la mano un “capacitado”? Si se piensa que el mercado de trabajo es como el mercado de muebles, parecería ser claramente ilógico, ¿o acaso alguien elegiría comprar una mesa desgastada, a la que le falta una pata, si por el mismo precio puede adquirir una nueva con todas las piezas en su lugar? El asunto es que no son mercados semejantes. Y no lo son porque, el objeto de la transacción (la fuerza de trabajo) y el intercambio en sí mismo, están fuertemente marcados por la voluntad de los contratantes.
Es por ello que, tal como se observa en el caso que he planteado, al reclutador le es completamente indiferente la poca capacidad y nula experiencia de Pedro (su “baja” calidad); es más, la ve como algo positivo: dadas sus condiciones personales y económicas (es un joven de muy bajos recursos), lo más probable es que esté predispuesto a ser un trabajador “modelo”, es decir, que se esfuerza por mantener su trabajo y, claro, que no da “problemas”. Por el contrario, la alta cualificación de Juan termina siendo un handicap: para la mentalidad empresarial, un trabajador calificado (un chef de Le Cordon Bleu) no es idóneo para un puesto relativamente sencillo (como el de pelador de papás) porque, simplemente, no estará dispuesto a aceptar las condiciones de trabajo que usualmente lo rodean (jornadas extenuantes y monótonas, esfuerzo físico, baja remuneración, pocas posibilidades de “hacer carrera”, etc.). Y si ello es así, no parece ser cierto que la RMV llegue a cumplir, en algún momento, el rol redistributivo inverso que le imputa el profesor Bullard.
Algunos presupuestos cuestionables:
Concluir que la RMV cumple el papel de Robin Hood inverso, es el resultado de asumir una serie de presupuestos que, en mi opinión, son cuestionables. Y es que, al contrario de lo que opina el profesor Bullard:
- No es cierto que las personas con menos –o nula– educación y/o experiencia siempre están en desventaja frente a los más educados y experimentados;
- No es correcto asumir que todo trabajador joven, sin estudios y sin experiencia, es poco productivo;
- No se debe asumir que un incremento en la productividad se traducirá automáticamente en mejores salarios; y
- No se debe tomar al incremento de la “productividad” como un fin en sí mismo.
Efectivamente, como se desprende del punto anterior, la capacidad para desempeñar “bien” una labor encomendada (o, mejor dicho, tal como lo espera el empleador), no viene necesariamente de la mano de un título (puede ser, incluso, un handicap). Ello es así porque no en todos los sectores económicos la experiencia y la capacitación previa son factores determinantes para la contratación laboral, simplemente porque las mismas se adquieren rápidamente. Pensemos en las labores de limpieza, de venta al público al por menor, de elaboración de manufacturas simples, de jardinería, de pelar papas o freír pollo, de recoger platos, etc. (¿o es que para ser un buen barrendero se requiere un título universitario?). Todas estas labores, desde que tienen en común el no requerir una particular cualificación y/o experiencia para ser ejecutadas, no le otorgan ninguna ventaja en particular a los más capacitados o experimentados y, por tanto, no hace especialmente deseable su contratación. De hecho, se puede afirmar que el “mercado de trabajos poco cualificados” es patrimonio casi exclusivo de los personas con poca educación y/o experiencia. Consiguientemente, si algún papel cumple la RMV, será el de evitar que el empleador se aproveche de esa particular situación de vulnerabilidad para alentar una carrera de precios “a la baja” (que, al final, sólo lo beneficiará a él).
Pero, incluso en ese mercado, ¿acaso los más jóvenes no están relegados en relación con los más “viejos” que, al menos, tienen experiencia? No necesariamente. Y es que, no debemos olvidar aquellas actividades en las que ser joven es un plus adicional. Por ejemplo, cargar, descargar y trasladar mercaderías, sembrar y cosechar el campo, mensajería a pie, vigilar de noche las calles, cavar fosas, chancar piedras, etc. En todas estas actividades, que son eminentemente físicas, la juventud de los postulantes es un factor determinante para su contratación, al margen de su escasa preparación y/o experiencia. Ello es así porque, en estos casos, se asume que hay una relación inversamente proporcional entre la edad y la productividad; esto es, mientras más joven se es, más se producirá (y, generalmente, por un salario sumamente bajo). Esto explica, por ejemplo, por qué las labores de siembra y cosecha en la agroindustria están monopolizadas por trabajadores eminentemente jóvenes (¿quién será más productivo, un joven o dos –o más– “viejos”?). Es falso, por tanto, asimilar juventud con poca productividad y, por ello, que los jóvenes tienen pocas chances en el mercado de trabajo. En ese sentido, si algún papel cumple la RMV, nuevamente será el de evitar que el empleador se aproveche de la necesidad de trabajo de los jóvenes para alentar una bajada de precios que, en este caso, perjudicaría también a los trabajadores más viejos (que, probablemente, tengan cargas familiares).
Ahora bien, el profesor Bullard también sostiene que el origen de los derechos laborales no está en la Ley, sino en el aumento efectivo de la productividad. Si esta última se incrementa, afirma, se podrá pagar más –y mejor– a cada uno. El problema es que, aun cuando es cierto que existe un vínculo entre “producción” y “distribución” (sólo se puede repartir lo que ya está hecho o existe certeza de que se hará), también lo es que dicha relación no es directamente proporcional; esto es, que un incremento en la primera (el capital) no genera automáticamente una mejora en la segunda (los salarios). Por ejemplo, que un cargador joven haga, en una semana, el trabajo de dos “viejos”, no quiere decir que su remuneración necesariamente será el doble (salvo, claro está, que trabaje a destajo). Lo normal será que el empresario, que siempre quiere ganar más, le pague a los 3 exactamente lo mismo. Y es que solamente así, obtendrá gratis una jornada semanal de trabajo. Así, en verdad, los incrementos de la producción naturalmente sólo generarán acumulación del lado del capital, pero no distribución del lado de los salarios. ¿Por qué? Porque para repartir se requiere la anuencia del propietario de lo producido (el empleador) o, en todo caso, obligarlo a hacerlo… y, precisamente, es ahí donde entran a tallar los mecanismos institucionales de reparto de recursos, a saber, la negociación colectiva, la RMV, las gratificaciones, las vacaciones, la CTS, la asignación familiar, la participación en las utilidades, etc. Son estos, y no una mano invisible, los que garantizarán que de presentarse un incremento en la producción, inmediatamente se produzca un aumento en la distribución. La RMV, en este contexto, cumplirá la función de evitar que los salarios más bajos queden postergados y, por tanto, de asegurar que los beneficios del crecimiento alcancen a todos los que participan de su creación.
Con todo, no se debe cometer el error de venerar a la producción. Y es que, en mi opinión, no todo aumento en la misma es positivo per se. Por ejemplo, el profesor Bullard nos planeta el caso de un economista que, sorprendido, pregunta a un funcionario chino por qué tiene 100 trabajadores cavando una zanja si puede reducir costos utilizando una excavadora que emplee sólo a 2. Con esto, nos quiere explicar cómo la inversión en tecnología, permite incrementar la productividad de los trabajadores y, por tanto, su remuneración. Sin embargo, del hecho cierto e irrefutable de que la introducción de la máquina hace que pocos trabajadores produzcan más (ahora 2 equivale a 100), no se sigue que los “pocos que quedaron” cobren lo que antes percibían los “muchos que se fueron” (es ilógico pensar que el salario de los obreros maquinistas va a ser un 5000% mayor que el de los excavadores). Y es que, si a alguien beneficia ese incremento vertiginoso de la productividad, es única y exclusivamente al empleador (salvo que existan mecanismos obligatorios de reparto). Pero no sólo eso, hay una pregunta que es imprescindible hacernos: ¿es moralmente aceptable desaparecer 98 puestos de trabajo para incrementar la productividad?, mejor aún, ¿es admisible un cese colectivo de semejante magnitud simplemente para asegurar las necesidades puramente crematísticas del empleador? No pretendo entrar en esta discusión ahora, simplemente me permito recordar que la “producción” no es un fin en sí misma, sino simplemente un medio para asegurar algo que sí es un fin en sí mismo: el desarrollo humano, incluyendo el de los propios trabajadores… y, precisamente, ahí la RMV también jugará un rol preponderante: en lo que le toca, garantizará que los salarios no se queden postergados.
¿Qué función cumple, entonces, la RMV?
Todo parece indicar, entonces, que no son correctas las premisas en las que el profesor Bullard basa su argumentación en contra de la RMV. En mi opinión, su análisis es cuestionable porque no toma en cuenta un aspecto fundamental para evaluar la función que realmente cumple la RMV: el poder que ejerce –o puede ejercer– el “dueño” de la demanda de trabajo (el empresario) sobre los ofertantes (los trabajadores), a fin de tirar los precios (el salario) al suelo; especialmente, cuando estos últimos tienen la necesidad de trabajar por cuestiones de sobrevivencia (que, en nuestro país, son la mayoría de los casos).
Efectivamente, como se ha ido adelantando, si algún papel cumple la RMV es en el mercado de trabajos poco cualificados. Ahí la oferta de trabajo es abundante en relación con la demanda y, sobre todo, los ofertantes normalmente son personas jóvenes, de escasos recursos, con baja o nula capacitación previa y/o experiencia y, por tanto, que valoran el trabajo básicamente por razones de sobrevivencia/subsistencia. Como es lógico suponer, y la historia así lo demuestra, este particular perfil coloca a los trabajadores en una situación de especial vulnerabilidad frente al demandante de trabajo: al haber muchos ofertantes y de similares características, a este último le es completamente indiferente a quién elige finalmente y, por tanto, estará en situación de imponer, en ausencia de control estatal, las condiciones salariales y laborales que más le convenga (y sin necesidad de dar mayores explicaciones al respecto). Dicho de otro modo, estará en una particular posición de poder potencialmente arbitraria.
Entonces, ¿qué papel cumple la RMV? Simplemente, formará parte de aquellos mecanismos institucionales establecidos para liberar a los trabajadores más vulnerables de cualquier situación de dependencia arbitraria en la que se encuentren. Lo que dice la RMV es que, sea como fuere, nunca nadie se podrá aprovechar de las particulares condiciones personales y económicas de alguien para imponerle un salario reducido por su trabajo, al menos no legalmente. Piénsese en lo siguiente: si como apunta el profesor Bullard, un trabajador joven, sin capacitación ni experiencia, debe ofertar su fuerza de trabajo a menos del mínimo para ser competitivo, ¿a cuánto debería hacerlo, por ejemplo, una persona con discapacidad, joven, sin recursos, sin capacitación ni experiencia que, además, tiene rasgos andinos? La imposición de una RMV, precisamente, libera a los ofertantes más débiles de trabajo de verse envueltos en una posible guerra despiadada de precios a la baja. No hay razones, entonces, para pensar que los perjudica sino, por el contrario, que los favorece: mejora su posición al momento de negociar el monto de su remuneración. Lo que realmente hace es quitarle poder al empleador y transferírselo a los trabajadores.
Un comentario
Excelente artículo. Sólido a nivel teórico. Quizá habría que complementar que existen recientes estudios econométricos que muestran que el incremento de la RMV tiene efectos insignificantes en el empleo:
«Con 64 estudios conteniendo alrededor de 1500 estimados, tenemos razón para creer que si existe algún efecto adverso del incremento del salario mínimo en el empleo, éste es una magnitud pequeña o irrelevante para el diseño de políticas».
http://blogs.lclark.edu/hart-landsberg/2014/12/27/minimum-wages-and-unemployment/
https://www.deakin.edu.au/buslaw/aef/workingpapers/papers/2008_14eco.pdf