Escrito por Raúl Sebastián Vergaray Merino (*)
“Si pudiésemos suponer que una gran multitud de hombres se plegaría a la observancia de la justicia y otras leyes de la naturaleza sin un poder común capaz de mantener a todos sus miembros en el temor, podríamos del mismo modo suponer que toda la humanidad hiciera lo mismo, y entonces no habría gobierno civil ni necesidad de él, ni de república en absoluto, porque habría paz sin sometimiento” (Hobbes, 265). Esta suposición es inconcebible en la filosofía política de Hobbes, ya que él sostiene que los hombres en un estado natural, sin algún poder que los domine, se dejan llevar por sus pasiones naturales, las cuales los conducen a situaciones de imparcialidad, maldad y, sobre todo, guerra. Sin embargo, existe una pasión vital que funge un rol jerárquico dentro de las leyes naturales, estamos hablando del hecho de la auto-conservación, la cual sirve como base para fundar un estado político.
Para ahondar más en la presencia de las pasiones dentro de la filosofía política de Hobbes es necesario precisar la descripción que les da. Para Hobbes las pasiones son producto de movimientos voluntarios “como hablar, mover cualquiera de nuestros miembros en la manera que, en primer lugar, lo imaginen nuestras mentes” (Hobbes, 157). No obstante, antes de aparecer estos movimientos existe, en su origen, algo conocido como esfuerzo, que cuando se dirige a algo, se trata de un deseo; mientras que, cuando se aparta de algo, de una aversión. Ambos movimientos son de acercamiento y retirada. En esa misma línea, se dice que un hombre desea lo que ama, odia lo que le produce aversión y desprecia lo que no le genera algún movimiento. Este amor, aversión, odio, deseo y entre otros sentires no son más que simples pasiones, pero que pueden retocarse en diversas consideraciones. Por ejemplo, “la aversión unida a la creencia de daño por parte del objeto es llamada temor” (Hobbes, 11). Ahora bien, la suma de nuestros deseos, aversiones, esperanzas y temores, que continúa hasta que la cosa sea realizada, es la ponderación, es decir, el proceso entero que hacemos para poder deliberar, en el que el último apetito es la voluntad que se adhiere inmediatamente a la acción u omisión.
La felicidad, una de las más trascendentales pasiones, consiste en la satisfacción de los deseos del hombre, pero si el hombre vive en permanente lucha por conseguir satisfacer sus apetitos, entonces viviría en un mundo repleto de aversiones, por lo que la única forma de orden la encuentra en el contrato, para así cuidar su conservación y lograr una vida en armonía en sociedad. Según Hobbes, la guerra es una situación de vida muy miserable causada necesariamente por pasiones naturales del hombre cuando no hay poder visible que los mantenga en temor de no realizar sus pactos o cumplir las leyes de la naturaleza (Hobbes, 263). Esto debido a que “las leyes de la naturaleza (como justicia, equidad y, en suma, hacer a otros lo que quisiéramos ver hecho con nosotros) son por sí mismas contrarias a nuestras pasiones naturales, que nos llevan a la parcialidad, orgullo, venganza y entre otras cosas semejantes” (Hobbes, 263).
No obstante, estas leyes naturales son establecidas por la razón individual, por lo que su interpretación podría resultar completamente subjetiva. Por ejemplo, alguien que para conservar su vida tiene que matar a una persona, basándose en el derecho natural, podría encontrar esta acción válida de realizar. En ese sentido, esta libertad del hombre para usar su poder (como medio) hacia su auto-conservación (pasión vital) nos podría conducir a una situación muy conflictiva, ya que en una condición natural en la que cada hombre puede hacer lo que quiera con sí mismo o los demás, no podría haber seguridad para nadie. Entonces, dice Hobbes que mientras no haya una fuerza que constriña a obedecer estas leyes naturales no va a funcionar el Estado, por lo que se tendría que pasar del derecho natural al político, porque es en el plano político donde estas leyes naturales podrían funcionar plenamente.
El problema del hombre radica en sus pasiones naturales, ya que por su deseo de conseguir honor y preservar su dignidad está en constante competencia, que puede traer como consecuencia el odio y la envidia; por su deseo de compararse a los otros, nada le puede gustar si no es un grado de superioridad dentro del vulgo; además, el hombre se encuentra a gusto cuando consigue esta supremacía dentro de la sociedad, a pesar que sea fruto de artimañas o malas prácticas. Entonces, es previsible que para que el poder de cada hombre se dirija a un bien común en sociedad, como lo es la seguridad, este debe ser encomendado a un hombre o una asamblea, que pueda reducir todas sus voluntades y encauzarlas a una República. Cuya esencia se basa en el Leviatán que es “una persona cuyos actos ha asumido como autora una gran multitud, por pactos mutuos de unos con otros, a los fines de que pueda usar la fuerza y los medios de todos ellos, según considere oportuno, para su paz y defensa común” (Hobbes, 267).
Lo que busca Hobbes es cambiar la situación de guerra que genera un vida tosca, sin prosperidad económica, breve y burda. Nadie podría querer una vida así, sería una tarea ardua encontrar alguna voluntad que satisfaga sus pasiones en estas condiciones de vida, por lo que Hobbes elabora un proyecto político para alcanzar una vida mucho más próspera[1].
Para lograr consolidar este proyecto lo divide en dos partes. En primer lugar, enuncia una situación hipotética en el que existe una sociedad sin alguna entidad política ni leyes que vinculen a sus miembros, por lo que cada uno por sí mismo es su propia ley. Este escenario hipotético es el llamado Estado de naturaleza, en el que las leyes naturales son frágiles por la ausencia de un poder dominante, por lo que se vive en un estado de anarquía total. En segundo lugar, tenemos un escenario en el que hay un poder común que vincula y somete a todos los individuos. Esta situación es la condición política, que permite anular la anarquía y preservar el orden y conservación de sus miembros. No obstante, el adoptar la condición política no significa que el hombre tratará de mejor moralmente, sino que Hobbes encuentra esta condición como una técnica para dominar al ser humano, porque sabe que el movimiento del hombre insubordinado siempre será abyecto, debido a que sus pasiones reflejan el ser egoísta y malvado que es por naturaleza.
Existe un solo camino para trasladarnos de la condición natural a la política dentro del proyecto hobbesiano, y es mediante el contrato. Hobbes propone la idea de que el hombre es tanto materia como artífice dentro de este proyecto. Es el material con el que se hace el Estado político y es el artífice de este Estado, debido a que por medio de su voluntad se hace el contrato que implica abandonar su derecho a gobernarse a sí mismo y someterse a una autoridad.
Hobbes sabe que la política no es completamente matemática por lo que trata de buscar alguna forma de sustentar que su hipótesis puede llegar a ser un axioma. Como primera premisa sostiene que en un estado de naturaleza el hombre guiado por su individualismo radical deseará exclusivamente conseguir su propio bien. En esa línea, como segunda premisa y corolario, debido a la escasez de bienes, los individuos en busca de satisfacer sus pasiones van a generar un conflicto. En conclusión, este individualismo radical se contradice debido a que logra un estado de guerra entre los hombres que en vez de buscar un bien, los lleva a obtener su propio mal. Por lo tanto, cada uno de los hombres debe autorregularse mediante un Estado político, ya que ser individualistas radicales acarrea consecuencias negativas para nuestro propio bien.
Hobbes plantea que el bien que quiere conseguir este Estado político es el orden, para que los individuos puedan vivir en paz y sobrevivir. En este Estado rige el Derecho, pero a diferencia de la condición natural, cuenta con un poder coercitivo supremo para hacer cumplir sus leyes. Este poder se muestra a través de dos espadas: las leyes y la violencia. El soberano declara las leyes y los seres humanos dependen de su obediencia ya que si alteran el orden, el Estado hará uso de su violencia. Entonces, este estado hobbesiano resulta ser terrorífico en la medida que sus individuos forman parte de él por miedo al mismo monstruo. Asimismo, los individuos eligen ser parte de este Estado terrorífico por el miedo a no poder auto-conservarse dentro de la condición natural.
En conclusión, Hobbes entiende la política como una técnica de uso del poder para coaccionar y tener un control de la paz y el orden público. Esta es necesaria debido a que los hombres en una condición natural se dejan llevar por sus pasiones que los llevan a situaciones de odio, envidia y por último la guerra. Por tal motivo, es necesario un Estado político que pueda dominarlos para encauzarlos a una mejor civilización, aquí entra en juego la pasión del miedo, que es generada por las espadas de las leyes y la violencia que dispone el Leviatán para subordinar a los miembros de la República. Estos seres egoístas tienen la voluntad de realizar el contrato, es decir, de transferir su derecho a todo hacia una autoridad, para así resguardar la pasión vital más importante y que es base de la ley natural: la auto-conservación. La cual se resume en la búsqueda de la paz por parte del hombre, por el miedo a la muerte o a condiciones que lo arrebaten de medios para preservar su vida.
A mi parecer, la idea del Estado terrorífico por parte de Hobbes es el único medio para preservar un orden y armonía, y es por eso que es la forma en la que funciona nuestra sociedad. Vivimos subordinados a la ley por miedo al castigo más que por preservar nuestra dignidad y orgullo o en busca de algún bien común. No podemos confiar en las “buenas” intenciones, las pasiones, el orgullo o dignidad del hombre, si no hay un control rígido del cumplimiento de normas legítimas, este hará caso omiso.
(*) Sobre el autor: Estudiante de la Facultad de Derecho de la PUCP y miembro del Consejo Editorial de IUS 360.
Bibliografía:
HOBBES, Thomas
1651 Leviatán. Madrid: EDITORA NACIONAL.
[1] El objetivo de su técnica política es únicamente “material”, la prosperidad, en el sentido de asegurar la vida y el bienestar o confort. Se deja de lado la finalidad de formación moral de la antigua política.