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Las luces se apagan en el Teatro La Plaza y suavemente un huayno ayacuchano nos arrulla. Desde el inicio, la historia que transcurre frente a nuestros ojos nos va atrapando, en una mezcla de recuerdos y dolores que hablan de un país herido. Ayacucho en los 80, la muerte, los soldados, la violencia, una bandera roja, los apagones, el quechua, todo se mezcla en un escenario del que no podemos evadirnos. Y, entre todos, María Josefa, la protagonista, como símbolo de la inocencia y la pureza, como una luz en el infierno de la guerra, una guerra que no respeta ni a los muertos y mucho menos a los vivos. Un infierno donde el cuerpo de las mujeres no se desecha mientras se pueda seguir guerreando encima y donde la locura será siempre mejor que la realidad.

“La Cautiva” es una obra necesaria para peruanos y peruanas que no solo cuenta con excepcionales actuaciones[1], sino que además es producto de un serio trabajo de investigación que muestra todas las dimensiones del conflicto armado peruano y de la violencia, confrontándonos con el reto de mirar nuestra propia historia desde todas las perspectivas.

Y ese reto pasa por revisar la información que existe sobre los años de la violencia: desde la jurisprudencia interna e internacional y los documentos de las organizaciones de derechos humanos hasta el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR, 2013).

Quienes trabajamos en la CVR tuvimos ocasión de leer y escuchar testimonios desgarradores de las víctimas del conflicto y de sus familiares. Muerte, dolor, violencia pero, sobre todo, mucha indiferencia mezclada con una terrible impunidad que los había abandonado en su sufrimiento. Y, entre todos, los casos de violencia sexual –hasta ese momento mayoritariamente desconocidos- nos abrumaban por las dimensiones y el salvajismo de los hechos. Por ello, mientras la obra de teatro se iba desarrollando, recordé un testimonio cruento que incluimos en el Informe Final[2] y que refleja la historia que la pieza presentaba.

Porque la violencia sexual en el conflicto armado peruano no fue un evento esporádico ni casual, sino que fue cometida por todos los actores de la guerra –Estado y grupos subversivos- habiendo llegado a constituirse en una práctica generalizada en determinados contextos y espacios.

Como señala el Informe de la CVR, la violencia sexual se dio a lo largo de todo el Perú, siendo Ayacucho el departamento con el mayor número de casos registrados por la CVR, seguido de Huancavelica y Apurímac. En relación a los años en que se dio el mayor numero de casos de violencia sexual, se identifica 1984 y 1990, años que corresponden con la situación más crítica en cuanto a violaciones de derechos humanos en el Perú[3].

Las mujeres fueron sometidas a violencia sexual al ser detenidas por su real o presunto involucramiento personal en el conflicto armado; por haber sido pareja de miembros de los grupos subversivos; para obligarlas a autoinculparse; como una forma de sometimiento y control de la población civil; como un método de castigo o represalia contra aquellas que realizaban denuncias de las  violaciones de los derechos humanos de sus familiares, principalmente.

Para el caso de los perpetradores que eran agentes del Estado, la violencia sexual se dio durante las incursiones militares y en espacios como bases militares, cuarteles, comisarías y dependencias policiales, cárceles. Para el caso de los subversivos, la violencia sexual se dio en la modalidad de uniones forzadas, violaciones sexuales y embarazos forzados, en los campamentos de estos grupos.

En el 2003, al presentarse el Informe Final, la CVR había identificado 527 casos de violaciones sexuales contra las mujeres. Sin embargo, hasta agosto de este año, las cifras del Consejo de Reparaciones registraban 4,289 casos de mujeres víctimas de violencia sexual, de las cuales 3,456 sufrieron violación sexual[4]. No obstante, en la actualidad solo hay 19 procesos judiciales en marcha por estos hechos y ninguna sentencia, con lo cual la impunidad se ha vuelto una regla y no una excepción.

Por eso es que “La Cautiva” resulta fundamental. Porque nos confronta con todo aquello que no sabemos, que olvidamos o, peor aún, con nuestra propia indiferencia.

Cerrar los ojos no sirve. Mirar para el costado tampoco. Aun cuando el dolor sea grande y la indiferencia tiente, nos toca mirar lo sucedido, asumirlo y apostar por el reconocimiento de los hechos, si se quiere pensar en alguna posibilidad de reconciliación para el Perú. Porque, como dice el huayno “Ojos de Piedra” -con el que se inicia la obra- hay que abrir los ojos aunque “mis ojos no quieren ver lo que hay delante de mí. Ojos de piedra tuviera para poder resistir y aun cuando más me doliera no los dejaría de abrir”. Hay que abrir los ojos. Hay que atreverse a mirar. Hay que conocer para entender y entender para no repetir.


[1]En el elenco se encuentran Carlos Victoria, Alain Salinas y Emilram Cossío. Y en el rol protagónico, destaca una maravillosa Nidia Bermejo. La obra se presenta en el Teatro La Plaza de Larcomar hasta el 16 de diciembre.

[2]Comisión de la Verdad y Reconciliación, Informe Final, Tomo VI , Sección cuarta: los crímenes y violaciones de los derechos humanos, Capítulo 1.5 La violencia sexual contra la mujer, Testimonio 100168. Distrito de Uchiza, Provincia de Tocache, Departamento de San Martín, 1989, pág. 343.

[3]Comisión de la Verdad y Reconciliación, Informe Final, Tomo VI , Sección cuarta: los crímenes y violaciones de los derechos humanos, Capítulo 1.5 La violencia sexual contra la mujer.

[4] DEMUS, Campaña “Un Estado no viola”, agosto de 2014, https://www.youtube.com/watch?v=YW338JltDC8

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