Escrito por Aarón Verona Badajoz(*)
Uno quisiera pensar que se trata de un viejo debate, que no es de actualidad (particularmente, en nuestro convulso contexto), que es solo un ejercicio académico de reflexión retrospectiva sobre nuestra sociedad quebrada y desigual. Los ejemplos de racismo, no obstante, son tristemente recurrentes, incluso como noticias de amplia difusión y carga mediática. Hace solo algunas semanas los actos de una influencer[1] confirmaron que lo seguirán siendo por mucho tiempo más. El debate va y viene, muchas veces tocando los mismos lugares comunes en cada vuelta, para luego perderse en alguno de los cauces de la irrefrenable sucesión de noticias sobre nuestros problemas sociales.
La indignación general es reactiva y de concentración frágil, a pesar de los esfuerzos de distintos actores para mantenerla; o bien ni siquiera llega a haber tal indignación, como revela la aceptación popular del personaje pretendidamente cómico del comediante Jorge Benavides, “la paisana Jacinta”. Desfavorable representación de la mujer andina que lleva casi 25 años en señal abierta, a pesar de haber sido cuestionado desde su surgimiento y encontrarse en un proceso judicial desde 2014 (con fallos declarados nulos en más de una ocasión)[2]. El carácter estructural del racismo tiene como consecuencia la pervivencia y tolerancia de estos actos. La influencer en cuestión y el comediante no parecen tener la intención de discriminar, no se consideran racistas, pues aquello que es cotidiano y replicado con normalidad difícilmente es visto como negativo. Las sutilezas de sus consecuencias son invisibles, consolidando una estructura social, a través de una fina red de hábitos y roles que la sostienen.
Es precisamente en esto en lo que quisiera centrarme, en las devastadoras consecuencias sutiles de modos sutiles de discriminación; y quisiera hacerlo, ahora así, mediante un ejercicio académico de reflexión retrospectiva sobre un hecho que espero, al final de este breve análisis, permita hacer sentir al lector o lectora el vértigo de su atemporalidad. Se trata de un “debate” en el que participó “la paisana Jacinta” hace 15 años, y en donde lo relevante no son los mejores o peores argumentos de las polemistas en la discusión, sino el escenario que se construye alrededor de ellas y la manera en que determina los efectos de tales argumentos, independientemente de su contenido.
La persona con la que el personaje de Jorge Benavides debate es la excongresista Paulina Arpasi, en el momento en el que esta última era congresista, en el 2005. Sucedió en el programa Hoy con Hildebrandt (Chinchay 2018), del periodista homónimo, y el hecho que no haya incluido a la protagonista real de este texto en el título tiene que ver con lo que, a mi entender, sucedió durante ese debate, supuestamente orientado a confrontar posiciones sobre el racismo. El mismo fue preparado por el periodista y su equipo de producción, se invitó a la excongresista y a Benavides, no como él mismo, sino en personaje, del que nunca salió. Nunca habló con su voz, sino con la voz de la fantasía que había creado.
Así, Arpasi fue absoluta y efectivamente eliminada como interlocutora. Pero no respecto del personaje Jacinta, respecto de ella sí que fue interlocutora, pues fue completamente absorbida por la caricaturización de un debate cuyo actor determinante de las circunstancias era la ficción de Benavides. La posibilidad de Arpasi para ser agente de un discurso se bloqueó respecto de quien viera la pantomima de debate, pues Arpasi fue extirpada de la realidad tanto por Hildebrandt como por Benavides. La convirtieron, para muchos espectadores a favor de este último, a ella y al discurso antirracista que procuraba, en una broma, en algo abstracto y pasajero que no podía ser tomado en serio. Durante el tiempo del debate, y para ese escenario en particular, la transformaron en una no-sujeto, en el sentido de que ella ya no tenía control sobre aquella circunstancia creada sobre ella misma, estaba sujeta al escenario y de los actores reales de él.[3]
Debo precisar, antes de continuar, que el énfasis de este texto no pretende ser sobre el personaje de Benavides, sino sobre el ejercicio de racismo que se generó alrededor de él, y que lo hacía doblemente mordaz. Un ejercicio, muy sui generis en mi opinión, de racismo soterrado. De hecho, enmascarado como un ejercicio más bien democrático de tolerancia que, al parecer de forma conciente por parte de los actores (Benavides y Hildebrandt), producía el efecto de invertir los roles de víctima y victimario de la discriminación.
En efecto, la entrevista empieza con Hildebrandt presentando al personaje de Jacinta entre risas, preguntando incidentalmente sobre su controversia, para luego retornar al tono más lúdico de la entrevista, incitando bromas de las que participa y que giran en torno a las costumbres del personaje de Benavides (como comer piedras), sus supuestas mejoras (ya no estar mugroso ni desaliñado) y la falta de alguna de ellas (seguir desdentado). En el momento en que Arpasi es presentada, Hildebrandt dialoga con ella brevemente, tratándola como interlocutora de un debate público y relevante como es el racismo. Inmediatamente el escenario se transforma y la coloca en un debate de ficción con un personaje de ficción, cuyo tenor es dominado rápidamente por Benavides (siempre en personaje) para transformarlo en una rutina cómica (las constantes risas del set reafirman la naturaleza del escenario), en la cual se muestra como ignorante e incapaz de comprender o articular una defensa frente a los “ataques” de Arpasi.
Es cierto que Hildebrandt interviene como mediador en varios momentos, hace de voz intermedia entre la intervención de Benavisde-Jacinta y Arpasi; pero lo hace en el rol que el personaje de Jacinta le ha demandado tomar, como defensor de sus derechos. El periodista termina apelando a la tolerancia y “correa” que entiende debería tener Arpasi y acompaña a Benavides en uno de sus mensajes finales: su personaje es una representación de la realidad. Sin embargo, incluso la ficción del propio personaje es banalizada (aún más, si cabe) cuando el comediante bromea con una de las imágenes del set, en la que se ve a una mujer campesina llorando. Solo dos momentos desentonan este cuadro de superficialidad, cuando, al despedir a Arpasi, Hildebrandt defiende la investidura de la excongresista (aunque no a ella fuera de dicho rol) frente a una última broma; y cuando se dirige ahora sí a Benavides, no a su caricatura, para increparle su asociación con Carlos Álvarez, otro comediante.
Líneas arriba mencionaba cómo es que dos de las tres personas que participaron de este ejercicio son los que producen las circunstancias que generan el momento de realidad que se vive en ese momento, y como es que la tercera, a la que se le bloquea esta capacidad de control, es simplemente sumergida y dirigida según las dos primeras. En otras palabras, dos de las tres personas son agentes activos, sujetos plenos (en el sentido de quien ostenta ciudadanía plena [Gibney 2014]) capaces de elaborar discursos que generan situaciones para ellos mismos y para los demás, así como sus propios roles. En este caso, Hildebrandt y Benavides son capaces de transitar a voluntad sobre el escenario y sobre los diferentes roles que han elegido para ellos mismos: comediante, caricatura, conciliador, espectador. Por el contrario, Arpasi es arrastrada al escenario orquestado por los anteriores sin más opción que amoldarse a las actitudes de los otros[4], pues de lo contrario confirmaría el único rol que se le asigna en esta obra: una persona “sin correa”, intolerante.
Ciertamente, si ella estalla de indignación, los roles relajados y despreocupados de Benavides y Hildebrandt absorberían esta actitud, ridiculizándola por no ser propia del tono lúdico del escenario fabricado por ellos. Si ella critica con calma, pero con seriedad y tenacidad (como efectivamente hace con suprema ecuanimidad), entonces se volvería a chocar con un escenario demasiado ligero para ser reconducido hacia la seriedad. Todo alrededor del supuesto debate sobre racismo y tolerancia ha sido banalizado de tal manera, que cualquier oposición a los parámetros de los dos sujetos bajo control, con capacidad de crear discursos determinantes para ese contexto, es anulado.
En ese sentido, la calidad de sujeto que pueda tener Arpasi en ese escenario específico se destruye, lo que sucede es un sutil e insidioso ejercicio de violencia que no elimina físicamente a una persona, sino que la anula como par, como agente relevante dentro de una comunidad de sujetos que no solo la reducen a un sujeto inferior, sino que eliminan cualquier identidad que pueda crearse para sí misma en esa dinámica, sino es la de intolerante. Para evitar esto Arpasi argumenta con cautela, tratando de no sumergirse demasiado en el montaje, hasta que finalmente toma una actitud protocolar e impasible. Quizá la mayor muestra de esto último es la manera en que contesta, hacia el final de la entrevista, a la pregunta de si aceptaría un abrazo de Benavides-Jacinta, ella recupera la posición de su embestidura para indicar que las puertas de su despacho están abiertas para todos los ciudadanos y ciudadanas.
Hasta antes de ese momento, ella es configura en el “debate” como un no-sujeto y, en este sentido, incluso la posibilidad (también indeseable) de que alguien más hable por ella se anula, pues no hay discurso que traducir o respecto del cual ser ventrílocuo (Guerrero 1994), sin el riesgo de sufrir el mismo destino. Ella es colocada en un escenario, su rol pretende ser determinado por otros y las condiciones de su desarrollo como dialogante solo tienen dos rutas posibles prefijadas: confirmar el prejuicio de su intolerancia o abandonar el discurso propio que debería haberla definido en un debate sobre racismo (opositora válida). Para esto, ni un solo insulto directo es enunciado, ninguna agresión es dirigida, ninguna reivindicación a los prejuicios es enarbolada, todo es tangente y, por ello mismo, envolvente. El concepto de violencia simbólica de Bourdieu (1987) es particularmente relevante en este caso, todo lo que sucede aquí es subrepticio, una construcción abstracta, elaborada discursivamente a través de simbolismos, con nefastos efectos en el imaginario social para quien la sufre.
El rol predominante de Hildebrandt como periodista e intelectual de centro izquierda (como ha declarado en otros momentos) y de Benavides como payaso inofensivo erradican el discurso de una persona cuya coincidencia de características étnica, lingüística, física no son una casualidad. El ejercicio de violencia racista en este caso es tan sutil como pernicioso, tan “amable” como devastador. Durante 7 minutos, para todo quien tolere y consuma el personaje de Benavides, Arpasi deja de existir en cualquier rol propio, desaparece simplemente como campesina, mujer, política, etc., para convertirse en un personaje forzado de aquello que manifiestamente critica. Hay una doble violencia, contra su voluntad de ser interlocutora y contra su voluntad de no-ser la caricatura que la fantasía de debate demanda.
Lamentablemente, esta anulación estructural (pues reafirma un tipo de relación válida) de un sujeto arquetípico (pues en el imaginario social condensa una identidad) se replica para muchos actores y discursos sociales y políticos: afrodescendientes, indígenas, vecinos de ciertas zonas, mujeres, posturas políticas, etc. Todo a través de la densa capa del humor, que cubre (y por ello mismo es sutil) de inocencia y sentimientos positivos la vieja falacia del hombre de paja, construido en este sentido, a través de la ridiculización.
(*) Sobre el autor: Profesor a tiempo completo de la Pontificia Universidad Católica. Docente de los cursos Sociología y Derecho, Antropología y Derecho, y Derecho de los Pueblos Indígenas.
Imagen obtenida de: https://cutt.ly/Tgya6It
Referencias Bibliográficas:
[1] Se trata de la también deportista Vania Torres, quien representó a una mujer andina, a efectos de promocionar un producto de limpieza facial (24 Horas 2020).
[2] El caso ha sido promovido por el Instituto de Defensa Legal y APROVIDHA (Instituto de Defensa Legal 2019; 2020).
[3] La idea de no-sujeto me parece un término más apropiado para expresar las condiciones extremas del “subalterno” de Spivak (2003). Condiciones extremas que no tienen que ser permanentes, pues pueden manifestarse en un momento muy puntual, como en este caso, en mi opinión.
[4] Esto en un sentido muy similar al de la “adaptación” o necesidad de “adaptación” del sujeto antropológico, según lo describen Das y Poole (2008). Hay una manipulación objetivizante.
Bibliografía:
24 HORAS
2020 Medallista Vania Torres es acusada de racismo [videograbación]. Consulta: 11 de setiembre de 2020.
https://www.youtube.com/watch?v=e3Qc850KLZw
BOURDIEU, Pierre
1987 “The Force of law: Toward a sociology of the juridical field”. Hastings Law Journal, volume 38, pp. 814-853.
CHINCHAY, Dañico
2018 Racismo en la Neo-Colonia del Perú | Hildebrandt entrevista Paisana Jacinta [videograbación]. Consulta: 29 de junio 2020.
https://www.youtube.com/watch?v=K83btXd-1Yo
DAS, Veena y Deborah, Poole
2008 “El estado y sus márgenes. Etnografías comparadas”. Cuadernos de antropología social. Buenos Aires, número 27, pp. 19-52.
GIBNEY, Matthew
2014 “¿Quién debería ser incluido? No-ciudadanos, conflictos y construcción de la ciudadanía”. En STEWART, Frances (Ed.). Conflictos y desigualdades horizontales. La violencia de grupos en sociedades multiétnicas. Lima. Fondo PUCP, pp. 49-55.
GUERRERO, Andrés
1994 “Una imagen ventrílocua: el discurso liberal de la ‘desgraciada raza indígena’a fines del siglo XIX”. En Imágenes e Imagineros Representaciones de los indígenas ecuatorianos, siglos XIX y XX. Quito: FLACSO-Ecuador.
INSTITUTO DE DEFENSA LEGAL
2020 “Temas claves para el caso ‘Paisana Jacinta’”. En IDL. Consulta: 11 de setiembre 2020.
https://www.idl.org.pe/temas-clave-para-el-caso-paisana-jacinta/
2019 “Caso Paisana Jacinta: una papa caliente en manos del Poder Judicial del Cusco desde hace cinco años”. En IDL. Consulta: 11 de setiembre 2020.
SPIVAK, Gayatri
2003 “¿Puede hablar el subalterno?” Revista colombiana de antropología. Volumen 39, pp. 297-364.