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Los psicólogos asaltan el mercado. Parte II

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Teniendo en cuenta que las personas suelen equivocarse al tomar decisiones, podríamos pensar que la irracionalidad es algo malo, pero en verdad no lo es. Somos tanto racionales como irracionales. Lo que ocurre es que, por mucho tiempo, la racionalidad ha sido el concepto fundamental que ha permitido a los economistas neoclásicos explicar cómo se puede predecir el comportamiento humano. Si somos racionales, siempre optaremos por aquella opción que nos resulte más beneficiosa. Si tenemos la información suficiente podremos tomar buenas decisiones. Si a pesar de ello alguien se equivocase y tomase una mala decisión, por ejemplo, optando por la opción que no es la más beneficiosa, entonces, ella sería considerada como una persona irracional (en un sentido despectivo), como si se tratase de una anomalía.

Sin embargo, las cosas han cambiado. La racionalidad ya no puede definirse como lo bueno mientras que la irracionalidad como lo malo[1]. Más importante aún, no solo el comportamiento racional puede predecirse pues solemos ser más irracionales de lo que pensamos. En otras palabras, es normal ser irracional y dicho comportamiento puede predecirse. Esto no quiere decir que seamos totalmente irracionales, sino que tenemos una racionalidad acotada (bounded rationality[2]). Somos generalmente racionales, pero también nos equivocamos. En palabras de Thaler, somos quasi-racionales. Ya hace más de 50 años, Herbert A. Simon, Premio Nobel de Economía en 1978, señaló que el modelo del economic man  necesitaba de una revisión bastante drástica para determinar cuál sería la dirección que debería tomar[3].

Esto se debe a que el modelo neoclásico del hombre racional no tuvo en cuenta las limitaciones cognitivas que inciden en la toma de decisiones, y que impiden que las personas puedan maximizar la utilidad en todos los casos[4]. Actualmente no existe discusión de que las personas toman decisiones en base a reglas de oro o heurísticos (heuristic devices) y sesgos[5], que los conducen a errores sistemáticos[6].

Pensemos en cómo las personas anteponen lo que es superficial y a corto plazo frente a lo que es importante y a largo plazo. Trabajamos de lunes a viernes por todo un mes para recibir el salario respectivo al fin del mismo. Cuando cobramos nos sentimos poderosos y ello se demuestra en lo rápido que gastamos nuestro dinero entre la primera y segunda semana del mes siguiente. Resulta interesante apreciar cómo un billete de S/. 100 puede desaparecer el primer fin de semana, y cómo el mismo valor puede durar toda una semana (entre la tercera y cuarta del siguiente mes, esto es, después de la quincena). Somos muy buenos para gastar pero muy malos para ahorrar. Las personas suelen gastar más rápido el dinero que tienen en su billetera. Más aún, gastan más dinero cuando tienen tarjeta de crédito[7].

Ello genera un grave problema para la jubilación. No solemos pensar mucho en nuestra vejez. Nos resulta complicado imaginar cómo estaremos en un futuro lejano, y más aún, cuánto dinero será necesario dejar de gastar hoy para ahorrar lo suficiente para mañana[8]. Es extraño que un estudiante universitario se preocupe en ahorrar para su retiro. El hecho de que ahorrar sea aleatorio y variable, nos convierte en pésimos ahorradores[9].

Es precisamente la verificación de dicho comportamiento lo que justifica hoy la necesidad de un aporte obligatorio que nos sirva mañana para nuestra vejez. Se ha dicho que tal medida atenta contra la libertad pues son las personas las que mejor conocen de sus necesidades y preferencias, y en consecuencia, no necesitarían de una niñera como el Estado que les diga qué hacer con su dinero[10]. Dicha afirmación cae por su propio peso. Las personas les damos más valor a lo que tenemos hoy que a lo que podríamos tener mañana. La interposición de las necesidades a corto plazo frente a las de largo plazo justifica la intervención del estado allí donde las personas no piensan en su vejez. El consumo se devora al ahorro. Por ello, sin un seguro social las personas no contarían con un respaldo suficiente al momento de su retiro[11].

Lo mismo ocurre con la CTS. Hace poco se discutía si el dinero de la CTS debería ser de libre disposición[12]. Dado que dicho monto es un seguro contra el despido, si fuese de libre disposición el mismo se gastaría antes de la fecha del eventual cese. Por ello, no debería considerarse como una medida paternalista negativa que las normas solo permitan a los trabajadores disponer de determinado monto de la CTS y en ciertas circunstancias.

Pensemos también en el caso de los consumidores de cigarros. Una de las alternativas que se usó para disminuir el consumo de cigarros es la imposición de impuestos, sin embargo, dicha solución no ha tenido éxito. La imposición de tributos distorsiona el precio de equilibrio formado por la oferta y la demanda, dado que sobre ese precio se tendrá que añadir el monto adicional del tributo, lo cual reduciría la demanda ante el incremento del precio del cigarro. Ello siempre y cuando estemos frente a un bien de demanda elástica. Dado que los cigarros son bienes de demanda inelástica (la demanda no suele disminuir considerablemente ante el aumento del precio), los consumidores de cigarro seguirán fumando[13]. Consideramos que el cigarro no tiene bienes sustitutos (por más que se piense que el cigarro electrónico sea uno).

Ante tal evidencia, se optó por la imposición de cierta publicidad en los paquetes de cigarros. Dado los perjudiciales efectos del consumo de cigarro –que son conocidos por los consumidores-, se exigió a las empresas que en los paquetes de cigarros se mostrasen fotos de personas enfermas u otro tipo de advertencias. La lógica del mercado: dado que los sujetos son racionales, si tienen la información disponible sabrán qué hacer. En Argentina, el paquete de cigarros Marlboro contiene el siguiente mensaje:

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A pesar de que una de las empresas más grande del mundo en la venta de cigarros nos dice que nos vamos a morir si consumimos su producto, seguimos fumando. Tanto es así, que a las empresas parece no importarles poner dicho tipo de mensajes en su producto si al final los fumadores no dejarán de fumar ¿Qué está pasando? ¿Acaso las personas no deberían actual racionalmente y dejar de fumar? ¿Estamos frente a un comportamiento irracional?

Los economistas neoclásicos dirán que allí donde parece haber una conducta irracional, en realidad hay un comportamiento racional[14]. Gary Becker señaló que se trataría de “suicidios racionales”: los fumadores están dispuestos a vivir menos si ese es el costo de vivir fumando[15]. Un economista tiene internalizado que la sociedad no protege la vida a cualquier costo (pensemos en todas las actividades económicas que a pesar de los daños que ocasionan no han sido prohibidas de manera absoluta).

Sin embargo, es necesario repensar la afirmación de Becker y preguntarnos, ¿realmente somos “suicidas racionales”? ¿Acaso no estaremos cometiendo errores al momento de calcular los costos y beneficios del consumo de cigarro (affective forecasting errors)? ¿No estaremos siendo sesgados por un optimismo exagerado[16]? ¿No tendrán las personas problemas de autocontrol[17]?

Toda esta irracionalidad inevitable ha afectado a los economistas neoclásicos y a su comprensión del comportamiento humano. En términos sarcásticos, se ha dicho que la economía deprimida se ha sentado en el sofá del psicólogo (dismal science grabs a couch)[18]. Desde que académicos como Herbert A. Simon (1978), George Akerlof (2001), Daniel Kahneman yVernon Smith (2002), o Robert J. Shiller (2013), ganaron el Premio Nobel de Economía por sus aportes al estudio del comportamiento humano -al apartarse del homo economicus e incorporar sesgos cognitivos-, no queda duda de que efectivamente los economistas deben sentarse en el sofá y escuchar lo que los psicólogos tienen que decir. Así es como nace el Behavioral Economics.

Por tales motivos, dado que las personas suelen cometer errores al momento de participar en los mercados libres, el concepto de falla del mercado no podría limitarse a un significado puramente económico. No solo las empresas monopólicas pueden presentarse en el mercado como piedras grandes que generen resultados ineficientes. Los consumidores también pueden ser piedras grandes que afecten la espontaneidad del mercado, y con ello, la posibilidad de que los recursos se asignen a sus usos más valiosos. Estas fallas conocidas como behavioral market failures, justificarían cierta intervención tenue del estado (nudge) con el fin de reconducir la irracionalidad del comportamiento humano. Esto es lo que Sunstein ha llamado como behaviorally informed paternalism[19].

Para regular el comportamiento humano hay que entenderlo. Este fue el lema de los economistas para codearse con los abogados. Ahora, esta es la justificación de los psicólogos para intervenir y ajustar los postulados económicos. Mullainathan nos demuestra que las personas, a pesar de tener lo necesario para poder resolver problemas simples, no lo hacen, ya que suelen equivocarse en cosas que no deberían.

Hagamos el siguiente experimento. Se formulará una pregunta que el lector deberá responder  de manera rápida. “Una galleta y un chupete cuestan S/. 1.10. Si la galleta vale un sol más que el chupete, ¿cuánto vale el chupete?” Después de haber respondido, ¿cuántos de los lectores han pensado que el chupete vale 10 céntimos? Esto es precisamente lo que hizo Mullainathan en una de sus conferencias[20].

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Después de que el profesor de Harvard mostrara dicha imagen en su conferencia y pidiera que el público exclamara en pocos segundos cuál sería la respuesta correcta, la mayoría dijo que 10 céntimos. Si esto fuera así, entonces –en su ejemplo- el bate de beisbol costaría S/.1.10 (un sol más que la pelota), de manera que el costo total ascendería a de S/. 1.20. A pesar de que seamos personas inteligentes, solemos cometer pequeños errores. Lo mismo ocurre en nuestra vida diaria cuando estamos ocupados, estresados o cansados. Cuando pensamos rápido y nos dejamos guiar por nuestros instintos, solemos equivocarnos. Traslademos dicha conducta a los mercados. Si las personas se equivocan en el mismo, el mercado simplemente no funcionará correctamente. Recordemos que la funcionalidad del mercado se sustenta en que los sujetos se comportan de manera racional.

Por ello, la gran pregunta de la microeconomía -¿en qué condiciones la racionalidad conduce a resultados que son buenos para el grupo en su conjunto?-, ha sido reformulada. Dado que los sujetos en realidad no son siempre maximizadores, la pregunta ahora es: ¿cuándo los individuos son realmente racionales y cuándo irracionales?

Lamentablemente esto significa mayor trabajo para los abogados, ¿cómo podríamos regular las conductas con el afán de lograr la paz social si no comprendemos lo racional o irracional que pueden ser las personas? He aquí el gran reto para los abogados. Si en el pasado hablábamos solo de Law, para pasar al Law & Economics, el presente es del Behavioral Law & Economics[21].


[1]              Michel-Kerjan, Erwann y Paul Slovic. The Irrational Economist. Making Decisions in a Dangerous World. New York: PublicAffairs, 2010, pp. v.

[2]              Simon, Herbert A. “Bounded Rationality”. En ID. Models of Bounded Rationality. Volume 3. Empirically Grounded Economic Reason. Cambridge: The MIT Press, 1997, pp. 291; Simon, Herbert A. “Rational Decision-Making in Business Organizations”. Nobel Memorial Lecture, 8 December, 1978, pp. 351.

[3]              Simon, Herbert A. “A Behavioral Model of Rational Choice”. En The Quarterly Journal of Economics, Vol. 69, No. 1, Feb. 1995, pp. 99. Posteriormente publicado en Simon, Herbert A. “A Behavioral Model of Rational Choice”. En ID. Models of Man. Social and Rational. New York: John Wiley & Sons, Inc., 1957, pp. 241.

[4]      Simon, Herbert A. “Behavioral Economics”, Óp. Cit., pp. 279.

[5]      Sunstein, Cass R. “Introduction”. En ID. Behavioral Law & Economics. Cambridge: Cambridge University Press, 2007, pp. 3.

[6]      Kahneman, Daniel. Thinking, Fast and Slow. New York: Farrar, Straus and Giroux, 2011, pp. 10.

[7]      Prelec, Drazen y Duncan Simester. “Always Leave Home Without It: A Further Investigation of the Credit-Card Effect on Willingness to Pay”. En Marketing Letters, 12:1, 2001, pp. 5.

[8]      Akerlof, George A. y Robert J, Shiller. Animal Spirits, Óp. Cit., pp. 119.

[9]       Ídem, pp. 123.

[10]     Waldfogel, Joel. Scroogenomics: Why you shouldn´t buy presents for the holidays, Óp. Cit., pp. 43. Refiriéndose al caso americano, el autor señala lo siguiente: “People have their own preferences, and these preferences are hard for the government to know. (As we’ve seen, they’re hard for your parents to know, so Uncle Sam is at an even larger disadvantage).”

[11]      Akerlof, George A. y Robert J, Shiller. Animal Spirits, Óp. Cit., pp. 130.

[12]      El Comercio. “CTS: la discusión de la intangibilidad”. Lima, 14 de julio de 2014.

<http://elcomercio.pe/opinion/editorial/editorial-cts-discusion-intangibilidad-noticia-1742779>

[13]      Para el caso americano, se suele señalar que los consumidores de cigarros son sensibles a los impuestos. Vid. Gruber, Jonathan y Sendhil Mullainathan. “Do cigarette taxes make smokers happier?”. En National Bureau of Economic Research, Working Paper No. 8872, Cambridge, April 2002, pp. 5.

[14]       Vid. The Economist. “Irrationality. Rethinking Thinking”. USA, Dec 16th, 1999.

<http://www.economist.com/node/268946>

[15]       Becker, Gary S. The Economic Approach to Human Behavior. Chicago y London: The University of   Chicago Press, 1990, pp. 10.

[16]       Sunstein, Cass R. “Introduction”, Óp. Cit., pp. 4.

[17]       Gruber, Jonathan y Sendhil Mullainathan. “Do cigarette taxes make smokers happier?”, Óp. Cit., pp. 5.

[18]       Newsweek. “Dismal Science Grabs a Couch”. EEUU, 13 de marzo de 2010.

<http://www.newsweek.com/dismal-science-grabs-couch-181564>

[19]       Sunstein, Cass. R. “Why nudge?”, Óp. Cit., pp. 1.

[20]      Mullainathan, Sendhil. “Solving social problems with a nudge”. En TED, noviembre de 2009.

<http://www.ted.com/talks/sendhil_mullainathan?language=es#t-576395>

[21]       Vid. Sunstein, Cass R. (Editor). Behavioral Law & Economics. Cambridge: Cambridge University Press, 2007.

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