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El doctor Felipe Osterling fue, para decirlo sin ambages, un hombre extraordinario. No existen mejores palabras para describirlo. La imagen del político enfrentado a las fuerzas armadas que cerraron el Congreso de la República como parte del auto-golpe de 1992, creo, marca la pauta de su pasión y vocación.

Tuve la fortuna de conocer de primera mano al docente, al académico y al profesional. Si bien podría reseñar sus valiosas experiencias en cargos públicos, sus interesantes anécdotas como dirigente deportivo o sus inestimables lecciones como académico, quiero detenerme brevemente en su labor profesional.

A los pocos días de incorporarme como asociado de la firma legal que lleva su nombre, recibí el encargo de apoyarlo en la elaboración de un informe. A partir de ese momento conocí su ética de trabajo. No se limitaba a esperar el producto terminado, sino que se involucraba en todo el proceso de elaboración. Durante los días siguientes se acercó constantemente a consultarme sobre el status del informe, el enfoque que iba tomando el documento y aquellas materias que se expondrían; en síntesis, supervisó y lideró todo el proceso. Cuando el proyecto quedó listo se acercó a mi oficina y con la suficiencia que irradiaba se dedicó a revisar detalladamente el documento, compartiendo conmigo sus observaciones.

La experiencia habla por sí misma del profesional. Un abogado comprometido en brindar una asesoría de calidad y en inculcar en los más jóvenes una ética de trabajo. En los meses y años siguientes esta imagen no hizo más que afianzarse. El doctor Osterling llegaba muy temprano para dedicarse a sus diversas responsabilidades profesionales y académicas, siempre dispuesto a recibir a todo aquel que solicitaba su consejo. En más de una ocasión fui testigo de cómo se preocupaba por brindar minutos de su tiempo a estudiantes de un sinfín de universidades, a profesionales de otras firmas legales, a periodistas, entre otros; todos, de una u otra manera, sabíamos que nos ofrecería una visión más amplia y precisa del dilema académico, del encargo profesional o de la situación coyuntural que aquejaba al país.

Sin perjuicio de lo anterior, el profesional exhibía una virtud cada vez más escasa: la actuación conforme a valores. En la actualidad, se extiende la tendencia de abanderar los intereses de los clientes de manera casi irreflexiva pues poco importa la escasa solidez de tal defensa, el asunto es defender los intereses del cliente. Como era de esperar, el doctor Osterling también destaco en este punto, se preocupaba no sólo de la solidez del argumento, sino que se interrogaba a sí mismo sobre si defender dichos intereses era lo correcto.

En el campo académico, fue uno de los profesores más destacados y con más larga trayectoria de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Con seguridad el curso de Obligaciones fue la materia con la que todos lo vinculamos, después de todo fue el ponente encargado de elaborar el proyecto del actual libro de obligaciones y Presidente de la Comisión Reformadora del Código Civil de 1936. La experiencia acumulada tanto profesionalmente como en la investigación, le permitía exponer con facilidad los diversos componentes de la materia, pero no por ello dejaba de preocuparse por actualizar sus discursos. La prueba más clara se observa en el denuedo por publicar la segunda edición de su conocido Tratado de Obligaciones (en co-autoría con el profesor Mario Castillo), la cual vio la luz en mayo último. En un país en el que la producción académica de nuestros profesores universitarios es tan exigua, la constante labor del doctor Osterling brilla con luz propia y se extiende más allá de nuestras fronteras.

En síntesis, podría decir que el doctor Felipe Osterling se dedicó a hacer política cuando el país atravesaba sus trances más complicados y se abocó a la enseñanza universitaria cuando en el Perú se intentaba reprimir la difusión de las ideas y la formación de estudiantes/ciudadanos críticos. Asimismo, se dedicó a producir obras no sólo de trascendencia jurídica, sino que se ocupan de reseñar los tempestuosos años que vivió el país y las enseñanzas que podrían ser extraídas de ellos. Todo ello es cierto, pero acaso lo más preciso sea decir que fue un ejemplo y con ello, creo, resumiría mejor todo su legado.

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