Los 10 millones de personas que habitamos la metrópoli de Lima podemos sentirnos satisfechos por la prolongada bonanza económica que se concentra particularmente en esta ciudad produciendo un mayor consumo en su clase media y en la mayoría pobre de origen migrante. Sin embargo, también vivimos problemas muy serios que pasan desapercibidos aunque constituyan la vulnerabilidad de una gran ciudad. El transporte urbano y la construcción de viviendas son dos de estos problemas estructurales de la Lima de hoy.
El transporte urbano involucra no solo la falta de un eficiente servicio público de transporte urbano, como el Metropolitano o el Tren Eléctrico, en toda la ciudad, sino el afán de los nuevos jóvenes y familias limeñas de adquirir más y más vehículos ilusionados por la modernidad. Antes era raro encontrar vehículos grandes y nuevos circulando en las calles de Lima, hoy podemos apreciar numerosos vehículos identificados como 4×2 o 4×4 en cada cuadra. Pero, el problema central no es solo la adquisición de estos vehículos pesados que producen un mayor consumo de combustible y mayor dependencia económica hacía sus fabricantes, sino el repoblamiento de las calles de Lima con excesivos vehículos que hace intransitable la ciudad en un horario “punta” en que parte de su población se moviliza hacia o desde sus centros de trabajo: 7: 00 a 9:30 am y 5:30 a 8 pm, incluyendo sábados por la mañana y al medio día. ¿Nos podemos imaginar si tuviéramos un caso de emergencia, como el trasladar a un familiar herido a un centro de salud, y quedaramos atorados en calles principales sin poder avanzar?
El transporte está vinculado ciertamente al derecho de salud, pero no solamente por la ambulancia atrapada en la congestión sin poder llegar a su destino, sino por otros efectos masivos y silenciosos: la contaminación de la ciudad y el aumento de enfermedades sedentarias. Al poseer y usar más vehículos se consume más combustible, y, por más modernos y tecnológicos que estos vehículos sean, expiden igualmente más anhídrido carbónico que daña los pulmones y agudiza las enfermedades alérgicas de los habitantes de Lima. Pero, aún más, al poseer y usar más vehículos las personas caminan menos, se mueven menos, produciendo el acrecentamiento de colesterol y triglicéridos en sus cuerpos y la reproducción de enfermedades sedentarias como la diabetes y las enfermedades cardiovasculares.
El problema de vivienda no es muy lejano al problema del transporte en una gran ciudad como Lima. A más población, necesitamos más viviendas, y si no las construimos generamos nuevas invasiones (informales y formales) que terminan arruinando valles de cultivo o extendiendo la ciudad a lugares inimaginables donde el costo de inversión en agua y desagüe, más electricidad, es también inimaginable. La respuesta a esta necesidad ha consistido en promocionar la construcción vertical, “hacía arriba”, en lugares y distritos atractivos, y con apoyo de fondos públicos. Hay múltiples programas de vivienda que facilitan el endeudamiento de la clase social emergente de Lima, produciendo su movilización social y geográfica. Se han construido cientos de edificios de 10 a 20 pisos en distritos de clase media como Jesús María, Magdalena, Pueblo Libre, San Miguel, entre otros, y decenas más se siguen construyendo variando arbitrariamente la zonificación del uso del suelo urbano y las condiciones de vida de los vecinos. Pero, ¿Nos hemos preguntado cuál es el costo o valor real, en términos de efectos, de este boom de la construcción? ¿No estaremos produciendo un nuevo asentamiento humano en Lima con efectos impredecibles a mediano y largo plazo?
Si antes en una vivienda de 400 m2 en un distrito como Magdalena vivía una familia de 10 miembros (incluidos familiares extendidos o servicio doméstico), hoy sobre su suelo se levanta un edificio de 20 pisos, con 3 a 4 departamentos por piso, haciendo un total de 70 viviendas en promedio, con 70 familias de 4 o 5 miembros por departamento, haciendo un total de 315 personas en promedio por edificio. La población original pasó de 10 personas a 315 personas por edificio, lo que es lo mismo a 31.5 veces más. Esto significa mayores ingresos fiscales para los municipios, el gobierno central y la actividad privada, pero también la necesidad de mayores servicios públicos como agua y alcantarillado, electricidad, transporte, salud, educación, recreación, entre otros. ¿Está Lima preparada para estos cambios? Solo para tener una idea de esta transformación podemos imaginar qué ocurriría si colapsa el sistema de desagüe de la calle donde está ubicado nuestro edificio de ejemplo, si ahora ya no se encuentran 10 viviendas de 400 m2, sino 10 edificios de 20 pisos sobre sus suelos, con un total de 3,150 personas que consumen 31.5 veces más agua, electricidad y alimentos que las 100 personas que fueron los vecinos originarios?
Los dos ejemplos narrados son parte de la realidad que envuelve hoy a Lima. No es necesario revisar la información que difunden nuestras autoridades políticas o municipales, ni las noticias optimistas de nuestros economistas o empresarios vinculados a la importación de vehículos o a la construcción de vivienda. Basta con salir a las calles, caminar unas cuadras y apreciar el presente y futuro caótico que envuelve Lima. ¿Es la falta de control de nuestras autoridades o la economía de libre mercado la causa de estos grandes problemas urbanos? Cual fuere la causa, importa hoy tomar acciones urgentes si es que no queremos vivir bajo un desastre urbano permanente.
Promocionar el transporte público desincentivando la compra irresponsable de vehículos y promocionar la descentralización o desconcentración de Lima desincentivando la construcción de edificios sin control urbano, son algunas de las ideas que brotan de los problemas presentados. Lima ha mejorado, pero al mismo tiempo se ha sometido a problemas estructurales que hay que resolver también estructuralmente. ¿Nos hemos olvidado que Lima es también una ciudad amenazada por sismos? ¿Cuál sería su situación en transporte y vivienda si ocurriere un sismo como el de Pisco de 2007? Deseamos que nunca ocurra.