Juan tiene 25 años. Tuvo la suerte de estudiar en la Universidad y tiene cierta experiencia en uno que otro cachuelo mientras seguía los estudios.
Pedro tiene 18 años. No pudo acabar la secundaria y nunca ha trabajado. Le va a ser muy difícil estudiar pues proviene de un hogar de bajos ingresos.
Ambos postulan al mismo empleo para atender en un restaurante de comida rápida.
Primera pregunta: ¿Quién necesita más el empleo? Es obvio. La gama de oportunidades que puede obtener Juan es muy superior a la de Pedro. Su oportunidad de superarse es encontrar trabajo.
Pero sigamos analizando la situación.
Para ese empleo la empresa ofrece un sueldo mínimo. La ley prohíbe que se pague por debajo de ese nivel. La única forma de pagar menos es mediante contratación informal, es decir planilla negra. Pero la empresa es una franquicia conocida y no va a correrse ese riesgo. Todos sus trabajadores deben estar en planilla.
Viene entonces la segunda pregunta ¿A quién creen que contrataran? La respuesta también es obvia: a Juan. Sus calificaciones son mejores. Si Juan no tiene una oportunidad mejor en otro lugar, será el elegido. Si tengo que pagar el mismo sueldo, mejor contrato al que tiene más educación y experiencia.
Juan tiene un potencial que Pedro no. Pedro puede mejorar su potencial si comienza a trabajar, adquiere experiencia. En el futuro quizás pueda conseguir mejores ingresos e incluso llegar a estudiar. Pero su oportunidad se pierde por que no puede competir con Juan.
Lo que la remuneración mínima vital hace es reducir la posibilidad de Pedro de competir. Su única oportunidad de obtener el puesto es cobrando menos. Pero al prohibirlo la ley no puede entrar al sector formal y queda condenado al desempleo o a la informalidad, donde ganará incluso menos.
Los que reciben las peores consecuencias de la remuneración mínima son los trabajadores poco capacitados, es decir los que carecen de educación y experiencia en el trabajo, usualmente los más jóvenes y más pobres. La razón es muy simple. Si un empleador quiere contratar a alguien un factor de competencia entre potenciales aspirantes al puesto será que estén dispuestos a recibir un menor salario precisamente porque carecen de experiencia o capacitación. Pero si la ley prohíbe esa reducción Pedro pierde el trabajo.
Se pueden armar discursos rimbombantes, llenos de compromiso con la llamada justicia social. Pero el resultado de la remuneración mínima será una gran injusticia para Juan. Y es que eso es lo que va a pasar en los hechos. Los números no mienten. Los trabajadores jóvenes, sin educación ni experiencia terminan atrapados en el subempleo.
Por eso los más jóvenes son los que más sufren con la remuneración mínima. Podrían obtener un trabajo que les permita entrar al mercado aceptando una remuneración menor, pero ganando experiencia que les permitirá obtener mejores remuneraciones en el futuro. Es como cuando uno invierte en educación pensando en recuperar su gasto con mejores ingresos futuros.
La remuneración mínima no tiene nada que hacer con la eficiencia. Claramente genera una mala asignación de recursos. Pero además tampoco cumple el rol redistributivo que persigue. No genera justicia. Su función parte del supuesto, mal concebido, que hay un grupo de personas que tienen empleo y que requieren ser protegidos para mantener un nivel de ingreso adecuado y en consecuencia, se toma una decisión que se piensa puede distribuir ingresos del lado de las empresas ricas al lado de los trabajadores pobres.
Sin embargo en la realidad tiene un efecto diferente. Transfiere ingresos de los que no están empleados, o no empleados formalmente, hacia los que están empleados, en términos de disminución de sus posibilidades de empleo o reducción de ingresos. Se convierte en un Robin Hood perverso que quita a los más débiles para dar a los que tienen más oportunidades de obtener un trabajo.
Polinsky decía que las reglas contractuales realmente no distribuyen porque hay otros elementos a través de los cuales se puede reequilibrar la distribución que la ley ordena. En el caso de la remuneración mínima, o se contrata a menos personas, o se reduce algún otro tipo de derecho o beneficio que podría considerarse a favor de los trabajadores. Y además, por el lado de los desempleados que tienen menos oportunidades de empleo o que tienen que recurrir al mercado informal, la remuneración mínima les quita oportunidades para entrar al mercado formal. Y en el mercado informal reciben remuneraciones y beneficios menores.
Pero eso no es todo. Una vez un economista fue a asesorar al gobierno chino. Cuando estaban pasando frente a una zanja cavada para colocar tuberías, notó que había cien trabajadores con lampas, cavando la zanja para la obra. El economista preguntó entonces por qué no colocaban un cargador frontal que remplazara esos cien trabajadores a un par de operadores reduciendo los costos. Entonces, el funcionario le contestó, que entonces dejaría a cien personas sin empleo. El economista sonrió y le dijo “Si ese es su objetivo tengo una mejor idea. Debería quitarles las lampas y entregar cucharitas para darle trabajo no a cien, sino a mil».
Lo que en el fondo estaba diciendo es que mucho de los derechos de los trabajadores se originan no en declaraciones legales, sino en el aumento efectivo de la productividad. Si con menos se produce más, se podrá pagar mejor a cada uno. Por el contrario si las condiciones en las que se encuentran los trabajadores no son productivas, la especulación sobre el salario mínimo es esotérica. La regla debería ser que si el trabajador aumenta su productividad, los recursos involucrados están rindiendo más. Entonces la torta para pagarles también crece. Y al ganar productividad el trabajador aumenta su competitividad y con ello obtiene una mejor remuneración. Y al crecer la remuneración habrá más demanda y al haber más demanda oportunidades para producir más bienes y servicios. Con ello aumenta el empleo. De alguna manera es lo que ha pasado en el Perú en los últimos años a pesar del sueldo mínimo.
La remuneración no depende de los decretos que ordenen su pago, sino de la productividad. El trabajador joven, sin estudios y sin experiencia, es poco productivo. El punto no es como subir los sueldos, sino como aumentar la productividad del capital humano.
Ahora bien, ¿De qué depende la productividad y qué hace que una persona sea productiva? En primer lugar es el capital: Permite invertir en lampas en vez de cucharitas o en cargadores frontales en vez de lampas. Si tienes capacidad de invertir en esas cosas, la productividad aumenta porque puedes invertir más en cada unidad de producción. Un trabajador con más recursos alrededor será más productivo.
Lo segundo, muy vinculado a la primero, es la tecnología e innovación, donde tales factores permiten mejorar las condiciones de trabajo y hacer más productivo a cada trabajador.
Y el tercer factor es el capital humano, pues la capacidad del trabajador, cuando está más capacitado, es más productiva. Si quieres mejorar las condiciones de los trabajadores, tienes que conseguir que estos tres factores. El sueldo mínimo al final se vuelve irrelevante.
¿Qué tiene que hacer todo esto con la remuneración mínima? Si se quiere subir el salario, tenemos que aumentar la productividad y rendir más. El problema está en que la productividad laboral no se puede medir en términos tan agregados como para definir que el salario mínimo refleja una productividad determinada, porque tal productividad varía mucho dependiendo del sector en el que estás, según la empresa, según la actividad específica en la que estás trabajando y según el trabajador específico. Eso quiere decir que las funciones para determinarla productividad están afectadas por una serie de variables que además son distintas de persona a persona, de momento en momento y de lugar en lugar.
Pero además el reto de fijar una remuneración mínima general es un dilema imposible de resolver. En el fondo la remuneración mínima es un control, de precios, pero no de un precio techo sino de un precio piso. La razón por la cual los controles de precio no funcionan es porque tratan de resolver un problema que a su vez implica obtener una gran cantidad de información, cuando esa información está descentralizada en el mercado en una serie de individuos. Cada empresa y cada persona tienen información sobre sus costos, sus necesidades, sus preferencias, sus capacidades. Es imposible que quien fije el sueldo mínimo acceda a toda esa información para tomar una decisión correcta. Sin información, fijar un sueldo mínimo que funcione para todos es un acto de adivinación, es como actuar con una bola de cristal que predice un futuro igual para todos. Ello es absurdo hasta para un adivinador.
El problema de la descentralización de la información se resuelve a través de la interacción y negociación. La remuneración mínima, además, tiene una aplicación bastante limitada en el mercado real porque hay un significativo grupo de gente que gana por encima de ella, mientras que un gran grupo (los informales) ganan por debajo de la remuneración mínima. El segmento que gana la remuneración mínima es relativamente pequeño.
Pero, además la remuneración mínima es un asunto cada vez menos relevante. Desde el punto de vista histórico, la remuneración mínima es cada vez menos importante. Hoy en día es algo que discutimos con intensidad moderada cada cierta cantidad de meses, mientras que antes (en los 70s y 80s) se discutía todos los días.
Ha calado la idea de que el bienestar de los trabajadores depende de una economía sana, en crecimiento, antes que en el reconocimiento romántico de derechos laborales. La remuneración mínima se ha vuelto una discusión más marginal, lo cual es saludable. Espero que cada vez haya menos personas que dependan de una remuneración mínima y que hayan aumentado su productividad.