Autor: Colin Fernández Méndez
Abogado por la Universidad Privada Antenor Orrego, con estudios de Maestría en Derecho Civil Empresarial, Trujillo-Perú, con especialidad en Derecho Administrativo por el Instituto de Capacitación Jurídica, y con estudios de especialización en Derecho Farmacéutico y Propiedad Intelectual por la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH)
La Innovación sigue encarrilando el sendero de nuestro destino, introduciendo novedades que a su vez seguirán generando cambios precipitados, sobre todo en el modus vivendi de los seres humanos. Una situación que, además de plantearnos desafíos con apariencia de amenazas existenciales de peligro oscilado alrededor de estas tecnologías disruptivas, en especial de las que operan con inteligencia artificial, augura la pérdida por parte de sus creadores sobre el control de las invenciones patentadas, que hasta inclusive podrían por estas, llegar a ser controlados y vigilados. Pero, que a su vez, poniéndolo bajo una óptica con perspectiva histórica, desplegado de una de sus capas que nos brinda una interpretación más objetiva de las cosas, alusiva a la larga historia; sin resquemor, podemos decir que todo este fenómeno tecnológico terminará enriqueciendo el propósito existencial de la raza humana, en su accionar innovador, como corona de la creación.
Si bien es cierto el término innovación proviene del latín “innovatio” que significa, “crear algo nuevo” o también entendido como inventar novedad. Sin embargo su definición no pudiera ser mejor después de haber sufrido una acuciosa y vanguardista composición por sus estudiosos, entre los que sobresalen, los alemanes Tobias Müller-Prothmann y Nora Dörr, quienes en su libro “Innovations-management”, publicado en los últimos años del anterior decenio, inmortalizaron de una manera ingeniosa, y a modo de ecuación apodíctica su novísima definición: Innovación= Ideas + Invención + Difusión. Introduciendo un término como componente trascendental, referido al insoslayable requisito consistente a su propagación, como una forma particular de su misma expresión; ya que, de lo contrario se tornaría en un terreno cenagoso, al lugar donde quisiéramos fundar la constitución de una genuina innovación.
Sin ambages no es en vano decir que, denotaría en un empleo inadecuado del termino innovación, si éste lo entendiéramos meramente en la prescindencia u omisión de su último y distintivo componente, referido precisamente a su difusión; puesto que, cuando la cosa creada, previamente concebida en una idea, goza de una novedad, y a ésta no se le adiciona de un expectante posicionamiento en el mercado a través de una apropiada divulgación, lo único que se pudiera esperar sería un invento, o al menos una idea de alcance dramáticamente limitado y asimismo condicionado a no beneficiar a las inmensas mayorías de la que en realidad llegaría si éste pudiera ser difundido con fines y con propósitos a economía de escala que despliegue su real potencial y brinde como consecuencia aquellos grandes y beneficiosos cambios de la que la humanidad ha gozado. Pues la difusión es una garantía que hace de aquella idea o invención un producto innovador, ceñido de un arsenal de influjos que se constituye como algo privativo a toda innovación. De no ser esto así, hoy no estaríamos enterados de aquel influjo innovativo que logró conseguir la tecnología disruptiva creada por el húngaro Ladislao Biro, al crear el bolígrafo, harto de su pluma fuente, que ensuciaba los dedos de su mano y demás partes de su vestimenta, en especial la prenda que cubría la parte alta de su dorso, reconfigurando la modalidad de escribir a mano con mayor claridad y precisión de sus signos. Ni mucho menos quedaríamos anonadados al saber de la revolución que ocasionó el primer lente de aumento, que por cierto fue descubierto hace más de 3000 años, en contra de lo que muchas personas se imaginan, conocido también como el lente de Nimrud, usado por los asirios con el objeto de tener el primer y más cercano avistamiento del cielo, cuya innovación no dejó de ser pulido por el tiempo y por las culturas sobrevinientes, tales como la de los egipcios, chinos y griegos, que desencadenó, para el año 1280, la comercialización de las primeras gafas con visión aumentada, que benefició a cientos de privilegiados que a su uso miraban la cosas más claras que antes. Dando así como fruto de este semejante punto de inflexión, la creación del primer microscopio, por Zacharias Jansen, en el año 1595, que a la vez contribuyó prontamente después en la construcción, por el mismísimo Galileo Galilei, de uno de los primeros telescopios de la historia, como parte de su empeñosa tarea de empezar prontamente con sus más destacados descubrimientos astronómicos que cambiarían el sentido de nuestra conciencia cada vez más realista sobre el universo.
Es así que tal como podrá imaginarse el lector, que las innovaciones mencionadas, obviamente no contaron con los muy aventajados medios de comunicación, en comparación con las de ahora, para su respectiva difusión, y que desde luego esto está siendo mencionado a propósito, con el mero objetivo de desandar esa idea un tanta obtusa, ciertamente, de algunos que “en automático” tienden a asociar la palabra innovación con los instrumentos de la tecnología moderna, a tal magnitud de forjar un vínculo de imposible disociación. Asociando toda innovación con las últimas invenciones tecnológicas que mediante su difusión han revolucionado el mundo de hoy, cambiando la cosmovisión que teníamos de las libertades y de ciertos derechos con la vida misma. Acortando así las distancias y globalizando las tendencias a escala planetaria y como si se tratase de un fenómeno privativo y único a esta época, demarcada por una sensación que no puede estar sino más alejada de toda verdad, se suele olvidar que el término innovación no se le puede etiquetar como algo exclusivo a una época determinada por más moderna que ésta se reconozca; en el pasado nunca fue tan necesario precisar esto como ahora, seguramente porque los cambios emanados de esas innovaciones nunca fueron tan vertiginosos como las de ahora, ciertamente, debido a sus limitados canales de difusión tanto en alcance como en proporción muy distantes a la inmediatez y agilidad espacial de la gama “viralizacional” testificado por el mundo del internet y las redes sociales de hoy en día. Por lo tanto hablar de innovación también es referirse a las ideas e invenciones del pasado que sin permanecer exentas a su componente de divulgación, consiguieron al igual que las actuales, modificar el modus vivendi de sus destinatarios, modificando sus estilos de vida e incitándoles a acoger un esquema particularmente distinto a lo monotonizado hasta ese momento.
Es por ello que, desde tiempos inmemoriales, las innovaciones están exprofesamente dirigidos a alterar los hábitos de la vida de los seres humanos. Sin embargo dicho concepto parece estar cambiando en realidad, desde hace algunos años, dado que después de haber demostrado la capacidad de irrumpir cambios en nuestras vidas, ahora pareciera no solo asegurar una transformación en el modo de vida de los hombres sino también en el modus operandi de las cosas que nos rodean. Que pudieran a su vez imperceptiblemente estar destinados a vigilarnos y según afirman también algunos especialistas, hasta llegar a controlarnos sigilosamente. De tal manera que este tipo de innovación irrepetible en el pasado, no solo promete cambiar la forma de vivir de los propios ciudadanos, sino inclusive el modo de uso que se le da a las cosas que al menos hasta el momento todavía se dejan controlar, en una dirección sin mayores obstáculos, siendo programadas sin salirse de una relación de dependencia hacia sus creadores o destinatarios, ausentes de una amenaza latente; pero que ahora en adelante debido a la infinitud de una vinculación mutua de estos mismos objetos, conectados entre sí en el ciberespacio, prometen además invertir esta situación de dependencia anteriormente planteada, para enrojecer e inflamar aun peor nuestras propias, y pocas veces habladas, vulnerabilidades.
“En la Feria de Artículos Electrónicos de Las Vegas de 2014 se presentaron los primeros cepillos de dientes, raquetas de tenis y camas inteligentes. Los cepillos dentales inteligentes tienen sensores que registran la frecuencia y la forma con que nos limpiamos la dentadura, y luego envían los datos a nuestros teléfonos celulares con instrucciones sobre cómo mejorar nuestros hábitos de higiene dental.(…) Las camas inteligentes tendrán sensores que registrarán nuestra respiración, nuestros movimientos, y cuántas veces nos despertamos cuando dormimos, y nos enviarán un e-mail con sugerencias sobre como dormir mejor(…) Pero otros posibles impactos del “internet delas cosas” serán más preocupantes. Varias empresas farmacéuticas están proyectando poner microchips en las tapas de sus frascos de remedios para que el frasco le avise a la oficina del médico si el paciente no está tomando su medicina cuando la tapa no ha sido abierta en varios días. (…) Y también existe el peligro de que las cosas no funcionen como deberían. Podríamos llegar a recibir una avalancha de llamadas equivocadas de la heladera de un desconocido, para avisar que se ha quedado sin leche. Aún peor, en un mundo en el que llevaremos sensores en el cuerpo, y en nuestra ropa, el terrorismo cibernético podrían ser más peligroso que nunca. ¿Qué pasará cuando un hacker se infiltre en la computadora del médico que regula los marcapasos de sus pacientes? ¿O cuando algún hacker quiera divertirse cambiando las instrucciones a nuestra ropa inteligente, para que nos den más calor o más fría de lo que estaban programadas?” (OPPENHEIMER, CREAR O MORIR, 37-38).
El Internet de las cosas (IoT por sus siglas en ingles), está ya entre nosotros, y su presencia es cada vez más manifiesta, auspiciando una interconexión de dispositivos, extendiéndose a una modalidad propia y formadora de su mismo sistema de redes, lo que podría decantar en una amenaza informática, que descolgaría responsabilidad de las propias cosas que al almacenar información entre estos y sobre nosotros mismos, no se harían responsables de la mala utilización que esta tenga, mediante trucos cibernéticos, por entes con intenciones oscuras e intereses subalternos. Estaríamos ante un panorama en el cual las compañías querrán la mayor información posible, para según a eso, sentirse en la capacidad de predecir nuestras propias decisiones, que puedan llegar hasta el extremo de lograr manipularnos. Habrá datos sobre nuestra vida privada, nunca antes almacenados en el ciberespacio y, a la disposición de tantos raptores ciberespaciales que sepan hacer click con dicho almacén virtual, que así desvelen nuestras preferencias, vulnerabilidades, estados de salud, gustos, sueños, deseos, y lo que estamos haciendo últimamente, además de qué cosas estamos comprando, qué medicinas tomando, y si éstas son drogas para el tratamiento de una patología común, o tan solo para calmar nuestra ansiedad, o un trastorno como la depresión; que clase de ropa nos atrae y a que lugares hemos viajado; detalles aún más personales en referencia a cuales son nuestras posición política y preferencia sexual. Una información confidencial y personal que desde luego merece un tratamiento de especial protección y cuidado puesto que se constituye en una garantía de gran significación en relación a nuestra propia seguridad económica, social, familiar y de todo rubro o plano personal que da vueltas alrededor de nuestra existencia. Aunque algunos lo propalen tan alegremente en sus redes sociales, facilitando a cualquier informante en acopiarlos sin la necesidad de ser un experto operador del software de Big Data, accediendo así al lado más íntimo de la persona, inmiscuyéndose muy fácilmente en su vida privada, por medio de sus precipitados posteos publicados por doquier ya sea en su cuenta de Facebook, Twitter, o Instagram, y sin importar de que cada post no se dote en ser el intransferible con el que los informantes puedan acreditar acceder a su uso, ventilándolo indiscriminadamente y sin el debido permiso.
Porque en la era de la información, que es en la que en este siglo nos encontramos, la lucha más escarnecida que librarán los entes públicos y privados consistirá en conocer la mayor cantidad posible de información privilegiada sobre cada uno de nosotros, ya que esto se convertirá en un insumo de ganancias inimaginables, dispuestas como en escaparate a ser vendidas al mejor postor. Lo que precisamente está ocurriendo en este momento en nuestras redes sociales, en mínima muestra de lo que acontecerá en el futuro más inmediato, que nos tratan cuanto se pueda de exprimirnos el jugo de nuestros datos personales, a fin de ofrecerlos en el mercado como insumos para diferentes medios y fines, como si fuéramos un producto descifrado y analizado abiertamente y sin objeciones mediante las políticas aceptadas por un aproximado mayor a los dos mil doscientos millones de usuarios que tiene Facebook actualmente. Como lo manifestara Marta Peirano en su libro “El enemigo conoce el sistema”: “No la banalidad del mal sino la banalidad de la comodidad del mal”. “La Agencia Española de Protección de Datos ha multado a Facebook no una sino dos veces en 2018 por compartir bases de datos entre las distintas plataformas. La empresa argumenta, típicamente, que lo hace solo para facilitar la vida de los usuarios, que se pueden saltar varios pasos a la hora de hacerse una cuenta y encontrar a sus amigos de inmediato gracias a funciones como “personas que quizá conozcas”. Lo cierto es que todos y cada uno de esos servicios tiene una función y un objetivo muy concretos y ninguno es mejorar nuestra vida. El objetivo es obtener la mayor cantidad posible de información sobre el usuario, sus amigos y todo aquello que le interesa, asusta, preocupa, deleita o importa. Lo único que facilitan las herramientas es el uso de las herramientas. Y cada pequeño aspecto de su funcionamiento ha sido diseñado por expertos en comportamiento para generar adicción”.(PEIRANO, EL ENEMIGO CONOCE EL SISTEMA, 22).
Y entonces, al añadir a este poderoso influjo de las redes sociales, junto a los impresionantes datos de ubicación que nos transmiten en tiempo real desde la asombrosa tecnología GPS, a esta arrolladora fuente de información más invasiva nunca antes conocida bautizada con el nombre del internet de las cosas, estaremos yendo más a profundidad, atravesando todo cerco hacia un espacio de datos más íntimos posibles, que al dejar huella en cada uno de los objetos a su usanza, la posesión y la canalización de éstos, tendría un inmenso valor no solo para quienes quieren vendernos alguna u otra cosa, sino también para las entidades gubernamentales y operadores políticos, que quisieran someternos a alguna forma de vigilancia, control o manipulación a fin de satisfacer sus propios intereses. Sin duda algo más grave que las denuncias hechas contra Mark Zuckerberg de manipulación electorera a favor o en contra de alguna corriente partidaria e ideológica. Pero lo más preocupante sin duda y lo que pudiera convertirse en realmente un peligro letal para nuestra propia integridad, debido a la tanta conectividad de objetos en común y sin limitaciones tal como aseguran muchos expertos, es que todo este sistema pondría en una absoluta exposición a las personas frente a sus presuntos verdugos, al verse restringidos de hacer valer sus derechos, impidiéndoles contar con ese único escudo posible de defensa frente a las persecuciones delincuenciales, o de aquel arma inmaterial inherente a todo ser humano, que, ante la escasa información sobre su víctima, limita a todo delincuente a la hora de actuar de manera oportuna y certera. Precisamente ese bien tan preciado, al que todos tenemos derecho de resguardar. El derecho a una vida privada, que no entregue en bandeja ni de por sobreentendido todas nuestras vulnerabilidades. El que este sistema buscará infravalorarlo despiadadamente, privándonos de semejante derecho esencial, extrapatrimonial, imprescriptible e inembargable, y relacionado a cuidar nuestra privacidad, que según el artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas estatuye que el derecho a la vida privada es un derecho humano: “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques”. Pero que en virtud del desarrollo científico y tecnológico que propugna el uso masivo de la informática, que abre puertas al acceso casi ilimitado a información personal al servicio de instituciones públicas y privadas, nuestra vulnerabilidad se coloca en su más alta exposición, como nunca antes, frente a los ciberdelincuentes, que por encomienda o motu proprio les resultará más eficaz, mediante el uso de este sistema de internet, a fin de aprovechar nuestros puntos débiles con el objeto de seducirnos. Sin descontar que hasta los mismos sicarios no les resultaría tan difícil saber la rutina del día emprendido por su objetivo con el fin de cumplir sus fechorías.
Todo esto sin duda es una alarma que nos llevará a seguir asumiendo desafíos que perfilen la agudeza de nuestra creatividad humana en aras de mejores medidas de seguridad informática que nos haga repensar más sobre la importancia de una regulación normativa sobre la nueva usanza de las nuevas tecnologías en nuestras vidas. En un mundo que se prepara para lo que se avecina, y que según un estudio de la Universidad de Oxford, nos avizora una sociedad diferente, en donde el 47% de los empleos del planeta desaparecerán en los próximos 15 años gracias a la tecnología que ya se utiliza en nuestros tiempos. Y en un panorama en donde hasta nuestros días existen 6 mil millones de dispositivos con acceso a la red, lo cual nos confirma la relación de dependencia hacia éstos objetos con la cual seguiremos conviviendo como seres humanos.
Por lo que podemos concluir que como toda clase de dependencia genera vulnerabilidades ineludibles que desde luego nos devendrá impeler en esclarecer dónde está la línea hasta dónde puede llegar la funcionalidad y accesibilidad de este sistema, esto indudablemente representa en un inmenso desafío sin precedentes para el Derecho que retoma y lo pone una vez más en relieve, con el objeto de reformular un nuevo esquema de regulación a emprender, con una política de protección de datos más sólida e impermeable, aunado a un marco normativo adecuado al Derecho de la Competencia y de la Propiedad Intelectual en conjunción con el Derecho Penal que asuma en una tipificación aggiornada y adecuada al temporal tecnológico presente, sobre los actos contra la privacidad y en contra de la integridad de los ciudadanos y en interés de una más desarrollada y efectiva persecución de aquellas nuevas usanzas que podrían tipificarse como delitos. Planteándose desde el punto de vista del principio de la soberanía de los Estados, que cada país posee, a mérito de asegurar una eficaz y eficiente política de Seguridad Nacional.