La crisis actual es más profunda de lo que se piensa, pues en perspectiva histórica sus rasgos proyectan las sombras del siglo XIX, como si hubiésemos retrocedido en el tiempo. No están más Castilla ni Echenique y ya no tenemos al frente la consolidación de la deuda interna, pero los nombres son sólo circunstanciales y en cambio las prácticas corruptas se replican. No hemos aprendido nada y nuestras instituciones son hoy tan débiles como cuando recién se estaban formando en los inicios de la república.
Los gremios sociales, es decir, los verdaderos cuerpos representativos de la sociedad civil, se atomizaron al punto de la extinción en los 90´: hoy son un pálido reflejo de la dinámica laboral y social. Han perdido su capacidad de convocatoria y tampoco ofrecen iniciativas realistas para transformar el estado de cosas. Frente a la corrupción pandémica sólo ofrecen el silencio o un lejano, intermitente y tímido reclamo que sugiere la desmovilización antes que la protesta.
Los empresarios, por su parte, nunca han logrado desarrollar con claridad una trayectoria de compromiso con el país. Han pasado ya varias décadas desde que Julio Cotler describió con enorme crudeza el carácter clientelista, oportunista y prebendario del capitalismo peruano. A esto habría que agregar seguramente lo hecho recientemente por el gremio de empresarios más importante del país y lo dicho por uno de sus más caracterizados representantes, el señor Roque. El dinero recibido por la CONFIEP de la empresa Odebrecht se convierte en un indicador que seguramente nos exime de la rigurosidad del profesor Cotler para definir que estamos frente a un hecho de corrupción, así de simple: el empresariado peruano una vez más, demuestra su ausencia de empatía o filia por la comunidad, por la república y los valores que ella representa.
Los vínculos de los líderes políticos con la corrupción dificultan abiertamente cualquier posible salida a la crisis. Lo que avanza silenciosamente es un pacto de impunidad que arrastra a todas las esferas partidarias o empresariales relacionadas con la arena política. Las comisiones investigadoras del parlamento son fuegos artificiales para deslumbrar pero no para develar la verdad.
Es aquí donde se hace indispensable considerar el papel de los jueces y fiscales. Ellos representan el último bastión frente al avance de la crisis, pues si no se logra investigar y sancionar a los responsables de este dantesco caso, deberíamos considerar el impacto que ello traerá sobre la viabilidad de nuestro país hacia el futuro.
Sin embargo, esa aspiración se enfrenta a la dura realidad histórico cultural de jueces y fiscales: la debilidad institucional junto a las carencias y debilidades en la formación jurídica han sufrido la nueva arremetida del formalismo jurídico. Ahí está la dudosa constitucionalidad de la prisión preventiva, usada como moneda corriente sin entender la enorme depreciación que ello implica sobre el sistema, pero también el ritualismo de la indefinición sobre lo que fiscales y jueces deben hacer al punto de haber creado con esto un manto de complicidad con los investigados.
Las oportunidades para emprender un gran proceso de transformación en el sistema de justicia son sumas perdidas. Desde la restauración de la democracia con el presidente Toledo, la reforma judicial que comenzó como un grito de guerra, hoy a las justas es un villancico. Este gobierno creó un remedo de acuerdo por la justicia que no ha servido para acordar nada serio.
Sin embargo, existen jueces y fiscales competentes y honestos. Ellos son quienes deben liderar el proceso para enfrentar la crisis. El país necesita de estos jueces, de su imparcialidad, inteligencia y valentía para producir los argumentos y razones que permitan pensar el país a través de los casos que hoy amenazan la estabilidad de la república.
No es necesario evocar ninguna metáfora sobre lo que pedimos de nuestros jueces y fiscales. No queremos al “Juez Hércules”. Simplemente, reclamamos que asuman el papel que la república les ha confiado: garantizar los valores y bienes constitucionales en esta hora, que quizás sea una de las más difíciles que nos tocado vivir como país.
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