¿De qué manera queremos abordar el racismo? ¿Seriamente o de manera edulcorada? Hace algunas semanas tuve la oportunidad de ser invitado a unas mesas de trabajo entre distintos tipos de personajes nacionales vinculados a diversas temáticas sobre el diálogo y el consenso. Era un grupo altamente heterogéneo. El objetivo era entre todos y todas intercambiar ideas sobre cómo en un contexto como el actual, pensar el futuro del país. El reto resultaba grande y tentador. Soy de la opinión de que para pensar ese futuro debemos antes identificar el racismo como el problema central en nuestra manera de vernos y tratarnos. Pero, además toca abordarlo frontalmente, combatirlo sin miramientos, porque carcome cualquier tipo de interacción humana, y sobre todo no permite reconocernos como ciudadanos/as que al menos quieren dialogar. Llamarlo por su nombre, de frente, claramente, sin maquillaje. Pensar por ello el diálogo exige antes ver qué tan racista es esa sociedad que quiere dialogar, para ver si puede y quiere. La respuesta a mi intervención fue un ya clásico “oh, es un problema estructural; mejor pensemos en el futuro, en lo positivo”. Sentí que el racismo cayó en un cajón de sastre con otros “problemas estructurales”, que como resultan difíciles se diluyen entre sí, por lo que se termina desvaneciendo en el panorama de la generalidad; pero, además, esa sensación de que el racismo se aborda de manera superficial, ingenua, con gasa y cuidadosamente, es decir, de manera edulcorada. Luego de esta acotación, todos y todas los/las presentes a insistencia de quien moderaba empezaron a rescatar aquello que nos unía, como la comida.
Reni Eddo-Lodge en su libro Por qué no hablo con blancos sobre racismo (Londres: Ariel, 2021) resulta precisa cuando describe de qué manera el racismo es como una gran manta que cubre cada relación humana en estos días, instalada en lo que hacemos y decimos, y que hablar de racismo no solo resulta incómodo para quienes son racistas, sino sobre todo y sorprendentemente, para quienes se dicen anti racistas, pero resultan tibios debido a su privilegio blanco. Martin Luther King Jr. no solo tuvo el sueño de que todos seamos tratados por igual, sino que en el número de junio de 1963 de Libertarian Magazine, escribió mientras estaba preso lo siguiente:
Debo confesar, en primer lugar, que en los últimos años los moderados blancos me han decepcionado profundamente. Casi he llegado a la triste conclusión de que el principal obstáculo de los negros en su camino hacia la libertad no es el miembro del Consejo de Ciudadanos Blancos o del Ku Klux Klan, sino el moderado blanco más amante del “orden” que de la justicia; que prefiere una paz en negativo, que es la ausencia de tensión, a una paz en positivo, que es la presencia de la justicia; que constantemente dice: “Estoy de acuerdo con el objetivo que persigues, pero no puedo estarlo con sus métodos de acción directa”; que, de un modo paternalista, siente que puede tomar decisiones sobre cuándo ha de llegar la libertad de otro hombre; que vive bajo el mito del tiempo y que constantemente aconseja al negro que espere hasta “un momento más propicio”.
La comprensión vacía de las personas de buena voluntad es más frustrante que el absoluto desacuerdo de las personas de mala voluntad. La aceptación tibia es mucho más desconcertante que el puro y simple rechazo”.
Pues eso es exactamente lo que estamos viviendo en el país. Tibieza en querer afrontar el racismo, que cuando se pone sobre la mesa, es llenado de azúcar para que no se convierta en un tema amargo, siendo quienes lo amelcochan, personas que no son racistas, sino privilegiadas que no terminan de entender el racismo como un enorme problema.
Debido a lo anterior, creo firmemente que el racismo no ha sido abordado con la dimensión real de su gravedad; y ello debido a la tibieza con la que se lo ha visto. No incluyo en esta sentencia a quienes vienen luchando denostadamente por eliminar esta tara colonial; el activismo siempre es importante en esta lucha. Si no fuera por ellos y ellas, seguramente, el racismo ahora en el país no sería un delito. Por ahora centrémonos en justamente esos lentes que desde el privilegio aun quieren ver el racismo como un problema menor que prefieren entender como un desliz, una malcriadez, una broma, una travesura, un malentendido; lo que genera que quienes luchamos contra el racismo seamos vistos como exagerados, por decirlo en sencillo. El problema no solo está en los racistas, está en que hay aun un gran número de personas (tibios y tibias) que a pesar de hablar y juzgar el racismo como algo malo, prefieren no verlo más allá de la superficie, sobre analizando situaciones para encontrar justificaciones de que quien cometió ese acto racista en verdad, no lo era. Pero además de ello, ese enorme temor de querer abordar el tema con firmeza, el no verlo como un tremendo problema que, si no atacamos seriamente, seguirá carcomiéndonos como sociedad.
Para comenzar, hay que llamar las cosas como son. Cuando una persona actúa o habla de forma machista, homofóbica, o transfóbica, se le dice que, pues que es y/o que actúa y habla desde el machismo, la homofobia o la transfobia. Pero cuando una persona actúa de manera racista (y desde ahí al clasismo hay un pasito), no se le dice que su comportamiento es racista. Se edulcora la situación. ¿Qué toca hacer? Primero llamar a las cosas por su nombre. El racismo es racismo. Pero ello implica y exige hablar del racismo con seriedad, con sustento, lo que requiere a su vez conocer de lo que se está hablando. Luego de ello, hablar desde la cruda verdad. Hablar del racismo te desencaja, te desnuda, ataca la intimidad, porque se ha calado en los huesos, se ha camuflado en los saludos, se ha mimetizado en nuestros ojos y oídos. Y para despercudirnos, hay evidenciarlo, ver que está ahí, a nuestro lado. Y adicionalmente, verlo como EL problema del país, y no como un problema más. ¿Cómo vamos a pensar en el futuro si la sociedad está enferma? ¿Ocultando bajo la alfombra nuestra peor enfermedad logrará hacernos un mejor país? El racismo está detrás de los otros problemas. ¿Cómo dialogar en un conflicto si una parte ve con ojos racistas y clasistas a la otra? Pero también hay que sancionarlo, no basta con sacar pronunciamientos pidiendo por favor dejen de discriminar.
Un tema más. Racismo no implica que hay que esperar que se quemen cruces, o que el insulto aparezca incluso de manera desaforada. El racismo está en el trato, y está instalado en las dinámicas sociales. Y desde ciertos privilegios se le acentúa, para colocarlo en la manera cómo la sociedad dominante trata al resto del país. Es de un lado hacia millones de peruanos y peruanas, no a la inversa. No confundan. El racismo es una forma de tratar instalada en la manera cómo la sociedad actúa; no es solo que una persona crea que la trataron mal, lo que en perspectiva resultaría un error estadístico y no la norma. El acto racista es la punta del iceberg de formas normalizadas de actuación que se repiten como cotidianas, y que limitan el ejercicio de derechos, en una de sus peores manifestaciones. No es solo pasarla mal, son las razones detrás de por qué se pasa mal que son constantes y extendidas, no aisladas.
Para terminar, estoy seguro que quienes me acompañaron en la dinámica con la que comienzo esta nota, deben ser firmes convencidos y convencidas de que hay que atacar el racismo en todas sus formas. Pero también creo que si leyesen el texto de Eddo-Lodge creerían que sacar el país adelante no pasa únicamente por cantar una canción o comer todos lo mismo. Pasa por vernos realmente cómo somos y ser capaces de a pesar de no pensar igual, tener la madurez como sociedad de reconocer que el racismo es aun parte central de nuestro ethos, por lo que hay que afrontarlo, combatirlo, vencerlo. Pero eso nos plantea dejar de echarle edulcorante a este enorme problema.
(*) Viñeta obtenida de https://bit.ly/3sE4pvp