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A un mes del sensible fallecimiento de Mario Pasco Cosmópolis.

Cualquiera quedaba impresionado cuando escuchaba una exposición de Mario: su tono, gestos, lenguaje, eran estupendos. Sus años en el teatro de nuestra Universidad, habían contribuido a darle una facilidad de comunicación extraordinaria. Era un gran reto integrar un panel con él y que los oyentes no se durmieran cuando me tocaba hablar.

Cuando ingresé a la docencia, él ya tenía varios años enseñando, dado que empezó muy joven. En ese entonces, las relaciones entre los laboralistas peruanos estaban extremadamente polarizadas. Incluso, habíamos extendido la desavenencia al ámbito personal. Muy propio de los inicios de los años ochenta. Pero la convivencia acerca a las personas y también a sus posiciones. El curso de Derecho Laboral, en el que compartíamos asistentes y materiales, fue un primer ensayo de mejora en el vínculo. Luego vendría la creación de la Sociedad Peruana de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, de la que él fue fundador y yo fui muy pronto invitado a integrarme. Sin embargo, el punto crucial en la aproximación fue la Comisión de elaboración del Anteproyecto de Ley General del Trabajo, que conformamos varios profesores de nuestra Universidad. Casi todo el articulado se aprobó por unanimidad. En todas estas instancias, de composición plural, aprendimos a escucharnos, a coincidir y discrepar con respeto y, sobre todo, empezamos a estimarnos.  Ya no era extraño que Mario nos acogiera en su casa de playa para avanzar el análisis del texto, en medio de unos tragos y muchas risas.

Fueron 45 los años que Mario dedicó a la docencia en nuestra Universidad, al lado de su destacado desempeño profesional. Innumerable es la cantidad de sus exalumnos. También su aprecio por su exprofesor. Cuando comuniqué por Facebook su fallecimiento, hubo más de 500 intervenciones lamentando el hecho. Mario dictó diversos cursos en el Área Laboral, porque su manejo apropiado de todos los aspectos de esta especialidad, se lo permitía. Yo no tuve la suerte de ser su alumno, con lo que me perdí la posibilidad de aprender de un magnífico expositor de pensamiento distinto al mío.

En la actividad profesional, Mario fue brillante. Compartió la generación con otros abogados distinguidos, como Alfonso de los Heros y Fernando Elías. E influyó grandemente en la formación de muchos más, como Víctor Ferro y Luis Arbulú.

Cuando se le solicitó asumir un cargo público, aceptó con el mejor ánimo de brindar un sustancial aporte a la gestión del Ministerio de Trabajo. Los gremios patronales esperaban de él un apoyo incondicional, por su trayectoria profesional ligada a la defensa de empresas. No ocurrió. Mantuvo en todo momento un equilibrio, como corresponde a un Ministro con su elevada calidad.

No voy a hacer referencia a las infinitas distinciones que recibió Mario en el Perú y en el extranjero. Solo quiero citar una que me satisface sobremanera: cuando fui Ministro reparé una prolongada injusticia, otorgándole la Orden  del Trabajo en el Grado de Gran Oficial, por sus valiosas contribuciones al desarrollo conceptual y normativo del Derecho del Trabajo.

Una de las últimas grandes contribuciones de Mario fue su decidido impulso a la producción de la nueva Ley Procesal del Trabajo. No solo enriqueció el texto con su calificada opinión, sino que recorrió varias ciudades del país explicando didácticamente los alcances de la nueva norma a los jueces y abogados. Ahora que apreciamos las ventajas de esta nueva norma para todos los involucrados en los procesos laborales, lo tenemos muy presente. Que descanse en paz.


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