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Escrito por Gustavo Zambrano Chávez (*)

Es difícil tener palabras de aliento para hablar hoy en el Perú con relación al significado del Día Internacional de los Pueblos Indígenas. Considerando las serias dificultades y lamentables situaciones que estas personas aun viven en el país, resulta contradictorio celebrar o conmemorar este día sin referirnos a lo que se vive.

En otras ocasiones he mantenido y sostengo aun la posición, de reconocer los logros conseguidos en distintos frentes en materia de pueblos indígenas en el Perú. Son avances que debemos reconocer con alegría y respeto. Es el reconocimiento del esfuerzo y valor de personas comprometidas en generar mejores condiciones para los hombres y las mujeres indígenas peruanos, a sus luchas y maneras de ser resilentes, y a cada paso dado por los pueblos indígenas para superar vulneraciones históricas. En comparación con cómo se vivía hace dos décadas, por ejemplo, el marco institucional y de reconocimiento de sus derechos es mucho más amplio y sostenido en la visibilización de sus culturas.

Sin embargo, así como hay avances, hoy en día los pueblos indígenas en el Perú aún mantienen una serie de problemas profundos que no se han logrado superar. Pero más que problemas, son condiciones coloniales que aun perviven sin tener la intención de querer irse.

La principal de estas limitaciones es que existen aun lamentables situaciones de racismo que no les permiten ser actores políticos en el país. Sin la posibilidad de contar con capacidad para involucrarse en espacios de toma de decisiones, o si acceden a estos, verse disminuidos a meros oyentes, entonces sus necesidades y realidades no serán parte de lo que se acuerde, como las politicas de desarrollo. El punto central es que mientras estas personas sigan siendo vistas como menos que el resto de la población nacional no indígena, por más avances que se consigan, su participación será formal y no real en politica y los asuntos públicos.

Los lastres y retrocesos están aun presentes y luchando en contra. Y es que reconocerles como actores políticos implica no solo que tengan derechos, sino que puedan ejercerlos en condiciones adecuadas, para ser parte del debate nacional. Es participar, pero además esto se reconozca como importante y necesario, en tanto son los propios pueblos quienes deben tomar decisiones sobre su futuro y sobre cómo mejorar sus condiciones de vida. Eso se viene exigiendo desde hace décadas en la comunidad internacional, pero parece que ese punto ha sido dejado de lado a propósito en el ámbito nacional.

Ya la Política Nacional de Cultura ha señalado que el problema con el ejercicio del derecho a la identidad étnica y cultural en el país, es el poco valor hacia la diversidad cultural en nuestra sociedad. Asimismo, que generar un adecuado reconocimiento a esta diversidad exige romper con lógicas de discriminación étnica que aun existen tanto en la cotidinaneidad como en los discursos públicos. Somos de la opinión de que una limitación a este trabajo es que se siga maneniendo la idea de que el racismo no existe, o resulta una exageración. ¿Cómo plantear una adecuada lucha contra el racismo si no se le quiere nombar direcamente cuando ello ocurre? ¿Cuál es el temor? ¿Realmente hay una desvaloración a la diversidad cultural a pesar de todos los logros que hemos alcanzado?

Por ejemplo, las muertes de personas indígenas por el hecho de ser indígenas en los últimos meses, debería indignarnos, sobre todo en un país donde el 26% se autoidentifican como pertenecientes a estos pueblos. Sin embargo, ello no solo no ocurre, sino que adicionalmente, como bien enfatizó Alberto Vergara, las élites y quienes nos gobiernan lo celebran y justifican, sin generarles el menor reparo de indignación. Se reconoce la diversidad solo desde una lógica folclórica que si bien les permite ser parte de circuitos comerciales, no les reconoce ciudadanía plena.

Lo que estamos viviendo es un reconocimiento instrumental de la diversidad cultural: la reconocemos si, pero siempre que sea un instrumento de placer, gozo, para el escaparate; pero no la reconocemos como actuante, como capaz de sentarse a mi lado y conversar conmigo; te reconozco en mi imaginario, como aquello bonito ahistórico, y vaciado de contenido, pero no te reconozco como alguien con quien tengo que conversar sobre tus problemas o ideas sobre cómo -por ejemplo- deberíamos ser gobernados. Te reconozco si pero “l a envoltura” y fuera del espacio público, al que entrán solo si agradan a los que ya estáb ahí; lo que queda fuera es ese actor político que por sus ideas me incomoda. Estamos frente a un sujeto de derecho de vitrina incapacitado por otros de exigir el ejercicio de aquello que se le ha reconocido.

Lo anterio fue evidenciado por Charles Hale cuando expone las ideas del “indio permitido”. Les reconozco hasta cierto punto; o permito su involucrameinto en mis espacios hasta donde sea de mi agrado; cuando deja de serlo, se le limita el acceso, por presentar una imagen contraria a la del indio sumiso, callado, permitido. ¿Una persona ejerce sus derechos asumiendo una actitud de sumisión? Si esto es así en el país, puede explicarse entonces porqué los avances de los que hablé al inicio para muchos dirigentes y dirgentas continúan pareciendo superficiales, porque se usan para la foto, no para generar cambios, no para establecer una nueva relación entre pueblos indígenas y Estado, sino para conservar una verticalidad en el trato. Por ello, por más avances que se aplaudan o más fotos que se tomen, si no se deja a los puebos indígenas participar en igualdad de condiciones reconociendo sus diferencias, seguiremos en un escenario de permisos. Es un tipo de racismo suavizado, cercano al paternalismo, que sigue siendo racismo.

Para concluir que en este día lo central es ser cuestionadores. Desde hace décadas los pueblos indígenas han sido bastante claros en distintos foros que lo que buscan es que otros no tomen decisiones sobre sus futuros sin considerarles en esa discusión. Plantean que sus culturas, realidades y necesidades sean parte del debate público, contada por ellos y ellas, y no por terceros, ya que eso les invisibiliza. Que sus demandas son históricas y exigen revisar cómo nos hemos relacionado como sociedad y apostar por un nuevo contrato social intercultural. Pero mientras no veamos el problema de fondo que está teñido de racismo, los cambios seguirán siendo solo formales.


(*) Sobre el autor: Profesor TPA Auxiliar Ordinario de la Pontificia Universidad Católica del Perú PUCP y especialista en derechos humanos y derecho ambiental, en particular en temas de pueblos indígenas vinculados a la gestión territorial, el manejo forestal, el cambio climático, la gestión de reservas para pueblos indígenas en situación de aislamiento, y consulta previa.

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